Guía Dragon Age: Inquisition

Códice - Historia

Crónicas de una guerra olvidada

 

 

Crónicas de una guerra olvidada

 

El comandante Othon dijo que nos pusiéramos en marcha. No nos dio detalles, solo que habíamos sufrido ataques al norte de Cad'Halash y que la corona enviaba refuerzos. Mi padre cogió las hachas y partimos. Yo solo era un chaval, hinchado por unas cuantas victorias en los juegos. No sabía lo que me iba a costar aquello, pero pronto iba a descubrirlo.

 

El viaje hasta Cad'halash fue largo y agotador. Los guerreros aburridos son malos borrachos. Mi padre y yo nos mantuvimos sobrios, pero debo admitir que eché de menos ahogar mis penas en una pinta de cerveza, aunque solo fuera por hacer algo diferente a afilar el hacha.

 

-De Crónicas de una guerra olvidada, de autor anónimo

 

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Un día después de salir de Cad'halash notamos un cambio. Los Caminos de las Profundidades estaban prácticamente abandonados. Y entonces vinieron los ataques, rápidos y contundentes.

 

Mi padre fue uno de los primeros en caer. Oímos un jadeo, lento y pesado, de una criatura mucho más grande que nosotros. Mi padre alargó el brazo y me cogió del peto para detenerme. Vi la sombra de la criatura moverse, más negra que la negrura, y noté que tiraban de mí. El bicho dejó el brazo de mi padre colgando, aún aferrado a mi coraza.

 

-De Crónicas de una guerra olvidada, de autor anónimo

 

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“Los escamados”. No recuerdo a quién se le ocurrió el nombre, pero iba que ni pintado. Drohg estaba encendiendo una antorcha cuando uno atacó y al fin pudimos atisbar algo más que sombras. A la luz de la llama vimos el cuerpo de un humano, como los del imperio, pero cubierto de escamas. Llevaba armadura y hasta una daga colgada de la cadera. Cubrió con sus fauces la cara de Drohg y la retorció. El crujido del cuello del pobre rompiéndose pareció resonar en los Caminos de las Profundidades. La antorcha cayó de sus manos mientras los demás atacamos.

 

Levanté el hacha con todas mis fuerzas, pero rebotó en la armadura del escamado, y el impacto reverberó en mis brazos. Dejé escapar un rugido, y entonces atacaron más de ellos. A la luz de la antorcha caída, vi que eran una docena, todos con armadura y unas armas tan afiladas como sus garras y espolones. El que había matado a Drohg espetó unas órdenes que no comprendí. Seguí pegando.

 

Othon, el mejor de nosotros, se cobró al primer escamado partiéndole en dos la cabeza. Hubo un extraño silencio, como el que sigue a un altercado en la palestra de los juegos, y me sorprendió que esas criaturas no estuvieran acostumbradas a ver caer a uno de los suyos. El que había matado a Drohg gruñó y apagó la antorcha a pisotones. Los escamados se retiraron a la oscuridad.

 

-De Crónicas de una guerra olvidada, de autor anónimo

 

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El cuerpo nos pedía a gritos un descanso, pero Othon nos obligaba a avanzar. Ahora que habíamos visto al enemigo, el comandante quería utilizar la táctica de los escamados contra ellos: pasar a la ofensiva. Dejó guardias con los heridos y condujo al resto de la compañía en una batida en busca del escondite de los escamados.

 

Después de marchar en la oscuridad durante días, vimos al fin una luz ambarina parpadeando en la distancia. Othon hizo una señal para que todo el mundo se detuviera y me hizo un gesto para que avanzara con él. Caminamos lentamente, alerta de los posibles guardias. Othon me hizo un gesto con la cabeza hacia un altozano. Escalé con el corazón en un puño, aterrorizado porque pensaba que los escamados iban a oír mis botas rozando la piedra. Poco alivio sentí cuando llegamos arriba.

 

-De Crónicas de una guerra olvidada, de autor anónimo

 

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Los escamados habían acampado en una intersección de los Caminos de las Profundidades. En el centro había un altar de oro con forma de hoguera. Un escalofrío se apoderó de mí. En la punta de cada llama colgaban los cuerpos de aquellos que habíamos perdido, mi padre y Drohg incluidos. Los habían desangrado por completo y solo quedaban de ellos huesos envueltos en un pellejo macilento. Un escamado con túnica se encontraba de pie ante el altar. Su voz era distinta a la de los demás, más suave, casi femenina. Cantó y tendió un cuenco de sangre hacia el altar. Los demás escamados se arrodillaron. Brotaron llama de la palma de la mano y de la boca del que llevaba la túnica, con las que prendió la sangre.

 

Othon me cogió del antebrazo y me hizo un gesto para que descendiéramos. Regresamos con el resto de la compañía, donde informamos de lo que habíamos visto. Descansaríamos una hora para recuperar las fuerzas y atacaríamos.

 

El recuerdo de mi padre colgado, con la cara vacía, me mantuvo en vela. La hora pasó lentamente, pero pasó. Othon nos condujo por el camino que llevaba al altozano. Preparé el hacha e hice acopio de fuerzas para mirar el altar. Pero no estaba ahí. El campamento, mi padre y Drohg, los escamados... todos habían desaparecido. Solo quedaba el cuenco, con los bordes chamuscados.

 

-De Crónicas de una guerra olvidada, de autor anónimo

 

Localización:

-Forma parte del DLC El Descenso.

Se activa al conseguir el primer informe de la misión Crónicas de una Guerra Olvidada y se va actualizando a medida que consigues el resto.