Guía The Elder Scrolls V: Skyrim

Libros de habilidades

Rey

 

 

-Habilidad: A dos manos

-Peso: 1

-Valor: 50

-Código: 0001AFE5

 

Se puede encontrar en las siguientes localizaciones.

 

Lugar 1

 

 

En el Risco del Viento Lúgubre, al Suroeste de Soledad y Morthal.

 

Lugar 2

 

En el interior del Katariah, durante la misión de la Hermandad Oscura ¡Salve, Sithis!.

 

Lugar 3

 

Puente del Dragón

 

En el “Puesto avanzado penitus oculatus” en la localización de Puente del Dragón, al Suroeste de Soledad. Estará sobre una mesa, pero sólo después de haber completado la misión ¡Destruir la Hermandad Oscura!.

 

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Estimado lector, no te será posible entender ni una sola palabra de lo que viene a continuación si no conoces de antemano los tres primeros volúmenes de la serie: “Mendigo”, “Ladrón” y “Guerrero”, que dan preludio a esta su conclusión. Te recomiendo que los busques en tu proveedor de libros habitual.

 

Dejamos a Eslaf Erol corriendo por su vida, lo que le sucedía bastante a menudo estos días. Había robado mucho oro y una piedra preciosa particularmente grande de una persona adinerada de Jallenheim llamada Suoibud. El ladrón huyó hacia el norte, malgastando todo el oro como suelen hacer los ladrones, normalmente en todo tipo de placeres terrenales que incomodarían a cualquier persona decente que esté leyendo este escrito, por lo que me ahorraré los detalles.

 

Lo único que conservó fue la gema.

 

No por voluntad propia, sino por que no encontró a ninguna persona lo bastante rica como para comprársela. Como consecuencia, se vio en la irónica situación de encontrarse en la miseria con una gema que valía millones.

 

“¿Quién me dará una habitación, algo de pan y una jarra de cerveza a cambio de esto?”, preguntó a un tabernero en Kravenswold, un pequeño pueblo tan al norte que estaba en medio del mar de los Fantasmas.

 

El tabernero lo miró con suspicacia.

 

“Solo es cristal”, dijo Eslaf rápidamente. “¿pero a que es hermosa?”

 

“Deja que la vea”, dijo una joven al fondo de la barra. Sin pedir permiso, la cogió, la observó y sonrió con no mucha dulzura a Eslaf. “¿Me acompañas a mi mesa?”

 

“En realidad estoy de paso, tengo algo de prisa”, respondió Eslaf alargando la mano para coger de nuevo la piedra. “¿En otra ocasión?”

 

“Por respeto a mi amigo el tabernero, mis hombres y yo dejamos nuestras armas atrás cuando venimos a beber”, dijo la joven sin devolver la gema y agarrando una escoba que estaba apoyada en la barra. “Te puedo asegurar, sin embargo, que puedo usar esto con bastante eficacia. No como un arma, desde luego, pero como algo con lo que golpear, romper un par de huesos hasta que entre dentro de la carne, y una vez dentro...”

 

“¿Qué mesa?”, preguntó Eslaf bruscamente.

 

La joven se dirigió a una gran mesa al fondo de la taberna donde se sentaban diez de los nórdicos más grandes que Eslaf había visto jamás. Lo miraron con poco interés, como si fuese un insecto extraño que se podría aplastar en cuanto causase la más mínima molestia.

 

“Me llamo Laicifitra”, dijo ella. Eslaf parpadeó. Ese fue el último nombre que Suoibud había susurrado antes de que Eslaf escapase. “Y estos son mis lugartenientes. Soy la comandante de un gran ejército de nobles guerreros. Los mejores de Skyrim. Hace poco fuimos contratados para atacar unas viñas en El Aalto para obligar a su dueño, un hombre llamado Laernu, a que vendiese la finca a nuestro patrón, Suoibud. La recompensa que se nos prometió era una gema de excepcional tamaño y calidad, bastante famosa e inconfundible.

 

Hicimos lo que se nos pidió, pero cuando volvimos a ver a Suoibud, nos dijo que no nos podía pagar puesto que había sido víctima de un robo hacía poco. A pesar de ello, comprendió nuestra situación y nos pagó una cantidad de oro casi equiparable a la prometida gema... No vació sus arcas, pero le impidió comprar las tierras de El Aalto después de todo. El resultado es que nosotros no fuimos recompensados debidamente Suoibud ha sufrido un golpe económico bastante importante y la cosecha de jazbay de Lernu se ha quedado en nada, destruida temporalmente por caprichos del destino”.

 

Laicifitra tomó aire, bebió lentamente un poco de su aguamiel y prosiguió. “Lo que yo me pregunto es: ¿cómo llegó a tu poder la gema que se nos prometió?”

 

Eslaf no respondió a la primera.

 

En cambio, cogió un trozo de pan del plato del barbudo bárbaro que había a su izquierda y se lo comió.

 

“Perdón”, dijo con la boca llena. “¿Puedo? Por su puesto, no podía detenerte si quisieras llevarte la gema, pero la verdad es que no me importa en absoluto. Tampoco tiene sentido negar cómo llegó a mi poder. Yo se la robé a la persona que os contrató. Y también puedo decir que no pretendía haceros ningún mal ni a ti ni a ninguno de tus nobles caballeros, pero puedo entender que la palabra de un ladrón no signifique mucho para alguien como tú”.

 

“No”, respondió Laicifitra frunciendo el ceño, pero en sus ojos se veía que se estaba divirtiendo. “Nada en absoluto”.

 

“Pero antes de que me mates”, dijo Eslaf cogiendo otro pedazo de pan. “Dime: ¿Vosotros, nobles caballeros, veis justo que os paguen dos veces por el mismo trabajo? Yo no tengo honor, pero opino que puesto que Suoibud perdió parte de su fortuna para pagaros y ahora vosotros tenéis la gema, vuestro beneficio no es del todo noble”.

 

Laicifitra cogió la escoba y miró a Eslaf. Entonces soltó una carcajada, “¿Cómo te llamas, ladrón?”

 

“Eslaf”, dijo el ladrón.

 

“Nos llevaremos la gema, puesto que nos había sido prometida. Pero tienes razón. No deberíamos cobrar dos veces por el mismo trabajo. Así pues”, dijo la joven luchadora, dejando la escoba en el suelo, “tú eres nuestro nuevo patrón. ¿Qué puede hacer este ejército por ti?”

 

Mucha gente podría encontrar algún uso a un ejército tal con bastante facilidad, pero Eslaf no era uno de ellos. Después de darle muchas vueltas al asunto decidió que era una deuda que se debería cobrar posteriormente. A pesar de su brutalidad, Laicifitra era una mujer simple, criada por el mismo ejército que ahora lideraba, según supo Eslaf. La lucha y el honor eran los únicos conceptos que conocía.

 

Cuando Eslaf dejó Kravenswold tenía un ejército entero a su total disposición, pero ni una sola moneda en el bolsillo. Sabía que debía robar algo y pronto.

 

Mientras recorría los bosques en busca de comida, lo invadió una extraña sensación familiar. Estos eran los mismos bosques que había recorrido de niño, igual de hambriento y desamparado. Al salir al camino, descubrió que había vuelto al reino en el que fue criado por la querida, estúpida y tímida doncella Drusba.

 

Estaba en Erolgard.

 

Había decaído incluso más aún desde su juventud. Las tiendas que tantas veces le habían negado comida estaban vacías, abandonadas. La poca gente que quedaba había perdido la esperanza; estaba tan arruinada por los tributos, el despotismo y los ataques bárbaros que no tenía fuerzas ni para huir. Eslaf se dio cuenta de lo afortunado que había sido al salir de aquí en su juventud.

 

Pese a todo había un castillo y un rey. Inmediatamente, Eslaf hizo planes para robar las arcas. Como de costumbre, observó el lugar con cuidado, tomando apuntes de los cambios de turno de los guardias. Tardó algo de tiempo en hacerlo. Finalmente se percató de que no había ni seguridad ni guardias.

 

Entró por la puerta principal y siguió por los vacíos pasillos hasta la tesorería. Estaba lleno de absolutamente nada, excepto un hombre. Era de la edad de Eslaf, pero parecía mucho mayor.

 

“No hay nada que robar”, dijo. “Ojalá lo hubiese”.

 

El rey Ynohp, a pesar de haber envejecido prematuramente, tenía los mismos ojos azules y pelo rubio platino que Eslaf. De hecho, también se parecía a Suoibud y a Laicifitra. Y a pesar de que Eslaf nunca había visto al arruinado propietario de las tierras de El Aalto, Laernu, también se le parecía. Nada extraño, pues eran quintillizos.

 

“¿Entonces no tienes nada?”, preguntó Eslaf suavemente.

 

“Nada excepto mi reino, maldito sea”, gruñó el rey.

 

“Antes de que subiese al trono, era un reino poderoso y rico, pero de aquello yo no heredé nada, solo el título. Toda mi vida he tenido el peso de la responsabilidad en mis hombros, pero nunca los medios para manejarla debidamente. Miro la desolación que mi nacimiento conllevó y la contemplo con odio. Si fuese posible robar un reino, no levantaría un dedo para impedírtelo”.

 

Y así fue, de hecho, era realmente posible robar un reino. Eslaf se convirtió en Ynohp, un cambio fácil debido a su parecido físico. El verdadero Ynohp tomó el nombre de Ylekilnu, abandonó sus antiguos territorios y se buscó trabajo como un simple obrero en las viñas de El Aalto. Sin responsabilidades por primera vez en su vida, el exceso de edad física que había acumulado durante tanto tiempo abandonó su cuerpo.

 

El nuevo Ynohp se puso en contacto con Laicifitra y empleó su ejército para restaurar la paz en el reino de Erolgard. Ahora que era un lugar seguro, los negocios y el comercio afloraron de nuevo, y Eslaf redujo los tiránicos tributos para favorecer su crecimiento. Al oír esto, Suoibud, siempre obsesionado con perder su dinero, volvió a la tierra que lo vio nacer. Al morir un par de años después, puesto que no había nombrado a nadie como heredero por pura avaricia, el reino se apropió de toda su fortuna.

 

Eslaf usó parte del oro para comprar las viñas de El Aalto después de escuchar maravillas que de ellas contaba Ynohp.

 

Y así fue que Erolgard retornó a su anterior prosperidad gracias al quinto sucesor al trono, el quinto hijo del rey Ytluaf: Eslaf Erol, mendigo, ladrón, guerrero (a veces) y rey.

 

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