Guía The Elder Scrolls V: Skyrim

Libros de habilidades

Los refugiados

 

 

-Habilidad: Armadura ligera

-Peso: 1

-Valor: 50

-Código: 0001B003

 

Se puede encontrar en las siguientes localizaciones.

 

Lugar 1

 

Cueva del Acantilado Ciego

 

En la Cueva del Acantilado Ciego (Este/Noreste de Markarth). En la Torre en ruinas.

 

En el Herrero de Soledad. En una estantería de la habitación del piso de arriba, sobre unos candelabros.

 

Lugar 2

 

En las Ruinas Cráneo de Lobo (al Oeste de Soledad). Por donde el altar del ritual en la cima de la torre más alta.

 

eliteguias

 

El olor de la bahía, a salitre y salmuera decadente, perforaba las piedras de la bodega, que ya tenía sus propios olores a vino viejo hecho vinagre, moho o las exóticas especias de hierbas que los curanderos habían traído consigo para atender a los heridos. Había más de cincuenta personas metidas en la enorme habitación que una vez había sido el sótano del burdel que había encima. Los gruñidos y quejidos habían parado y ahora todo estaba en calma, como si el hospital se hubiese convertido en una gran tumba.

 

“Madre”, dijo un niño de los guardias rojos. “¿Qué era eso?”

 

La madre del chico estaba a punto de responderle cuando fuera se escuchó un rugido aún mayor. Cada vez sonaba más fuerte, como si una gran bestia incorpórea se hubiese introducido en la bodega. Los muros temblaban y desde el techo caía una lluvia de polvo.

 

Al contrario que la última vez, nadie gritó. Esperaron a que el extraño e inquietante sonido cesara. Entonces, comenzó a escucharse el rumor de una batalla a lo lejos.

 

Un soldado herido empezó a rezar la plegaria de Mara para los condenados.

 

“Mankar”, susurró una mujer bosmer acurrucada en una camilla con ojos febriles y el rostro pálido empapado en sudor. “¡Se acerca!”

 

“¿Quién viene?”, preguntó el chico, agarrando a su madre de la falda.

 

“¿Tú quién crees, pequeño? ¿El monstruo de las galletas?”, refunfuñó un guardia rojo manco. “El Usurpador Camorano”.

 

La madre del chico lanzó una mirada de reproche al viejo soldado. “No sabe lo que dice. Está enferma”.

 

El chico asintió. Su madre solía tener razón. Él aún no había nacido cuando ya se murmuraba que el Usurpador Camorano se acercaba a su poblado. De hecho, ella ya había hecho las maletas para huir. Sus vecinos se reían de ella, decían que Rihad y Taneth lo aniquilarían. El padre de Lukar, a quien él nunca conoció, también se burlaba. Era época de cosecha y ella se perdería las celebraciones, pero su madre, Miak-I, estaba en lo cierto. Dos semanas después de marcharse del pueblo, se enteró de que el Usurpador había destruido todo el pueblo sin dejar ningún superviviente. Rihad y Taneth habían caído. El Usurpador era imparable.

 

Lukar nació y se crió en un campo de refugiados de Páramo del Martillo. Nunca le duró un amigo más de dos días. Él sabía que, cuando el cielo ardiera por el oeste, ellos harían las maletas y se irían al este. Cuando brillaba por el sur, ellos iban hacia el norte. Finalmente, después de doce años yendo de un campo a otro, cogieron un pasaje para atravesar la Bahía de Iliac hacia la provincia de Roca Alta y el ducado de Dwynnen. Miak-I había prometido que allí tendrían una casa permanente y en paz, y así lo esperaba.

 

Allí todo era tan verde que lo cegaba. A diferencia de Páramo del Martillo, que solo estaba verde en ciertas épocas del año y en ciertos lugares, el verdor de Dwynnen duraba todo el año. Hasta en invierno, cuando empezaba a nevar. Lukar se había asustado de la nieve al verla por primera vez. Se avergonzaba de pensarlo ahora que corrían verdadero peligro, pero le resultaban familiares las nubes rojas de guerra, el hedor y el dolor del campo de refugiados.

 

Ahora el rojo cielo en el horizonte de la bahía se aproximaba, y él añoraba los días en que una brizna blanca lo hacía llorar.

 

“¡Mankar!”, gritó de nuevo la mujer bosmer. “¡Ya viene, y traerá la muerte!”

 

“No viene nadie”, dijo una joven curandera bretona acercándose a la mujer. “Tranquilízate”.

 

“¿Hola?”, vino una voz desde arriba.

 

La sala al completo, casi a la vez, lanzó un grito ahogado. Un bosmer bajó cojeando por las destartaladas escaleras de madera con una sonrisa amigable, muy diferente a la del Usurpador Camorano.

 

“Os pido perdón por asustaros”, dijo. “Me han dicho que hay unos curanderos por aquí y necesito un poco de ayuda”.

 

Rosayna se apresuró a inspeccionar las heridas de la pierna y el pecho del recién llegado bosmer. Ahora estaba algo desfavorecida, pero aún resultaba atractiva. Había sido una de las favoritas en el burdel y aprendió todas sus habilidades curativas en él, así como algunas otras más específicas del oficio que desempeñaba en la casa de Dibella. Con sumo cuidado, pero con rapidez, levantó la coraza de cuero, la malla, las musleras, grebas y botas. Las puso a un lado y comenzó a examinar las heridas.

 

El antiguo guardia rojo cogió las protecciones y las examinó. “¿Has estado en la guerra?”

 

“Más bien cerca, para ser precisos”, dijo el bosmer, encogiéndose ligeramente cuando Rosayna lo tocaba. “Por detrás, a un lado, por delante. Me llamo Orben Elmlock. Soy explorador. Intento evitar la verdadera batalla para poder volver e informar de lo que he visto. Es un buen trabajo para la gente a la que no le gusta demasiado el color de su propia sangre”.

 

“Hzim”, dijo el guerrero, estrechando la mano de Orben. “Yo ya no puedo luchar, pero te puedo arreglar estas protecciones si piensas volver”.

 

“¿Eres armero?”

 

“No, solo una persona que ha hecho casi de todo”, respondió Hzim, abriendo una lata pequeña de cera para preparar el duro pero flexible cuero. “Sabía que eras un explorador del ejército. ¿Nos podrías decir qué has estado espiando? Llevamos aquí más de medio día, sin contacto ninguno con el exterior”.

 

“Toda la Bahía de Iliac es un gran campo de batalla”, dijo Orben soltando un suspiro al mismo tiempo que el hechizo de Rosayna empezaba a cerrar sus heridas. “Hemos cerrado la invasión de la boca de la bahía, pero yo volvía de la costa y el ejército del enemigo marchaba a través de las montañas de Wrothgaria. Allí fue donde tuve mi pequeño contratiempo. No es nada nuevo, mover el flanco por el exterior cuando la vanguardia está ocupada. Es un movimiento sacado directamente del libro de trucos de Kaltos de Camora que el rey Hart cogió prestado”.

 

“¿El rey Hart?”, preguntó Lukar. Había estado escuchando todo en silencio y lo había entendido todo menos eso.

 

“Haymon de Camora, el Usurpador Camorano, el rey Haymon Hart... son todos el mismo, pequeño. Es un hombre complicado, por lo que necesita más de un nombre”.

 

“¿Lo conoces?”, preguntó Miak-I, dando un paso hacia adelante.

 

“Desde hace casi veinte años, antes de todo este oscuro y sangriento asunto. Yo era el explorador jefe de Kaltos de Camora y Haymon era su brujo y consejero. Ayudé a ambos, cuando estaban debatiendo por el trono de Camora y comenzaron la conquista de... ¡Aaay!”

 

Rosayna había detenido su curación. Con los ojos llenos de furia, había invertido el hechizo, y las heridas que antes se estaban curando empezaron a sangrar y a abrirse de nuevo. Lo aferró con sorprendente fuerza cuando Orben intentó escapar.

 

“¡Maldito!”, exclamó la curandera. “Tengo una prima en Falinesti, una sacerdotisa”.

 

“¡Se encuentra bien!”, gritó Orben. “Lord Kaltos dio órdenes estrictas de no dañar a los que no supusieran peligro”.

 

“Creo que la gente de Kvatch no estaría de acuerdo con esa afirmación”, dijo Hzim fríamente.

 

“Aquello fue horrible, lo peor que he visto”, Orben asintió con la cabeza. “Kaltos lloró cuando vio lo que Haymon había hecho. Mi señor hizo todo lo que pudo para detenerlo e imploró al rey Hart que volviese a Bosque Valen. Pero él se volvió contra Kaltos. Nosotros tuvimos que huir. No somos vuestros enemigos y nunca lo hemos sido. Kaltos no pudo hacer nada para evitar el horror que el Usurpador ha traído al este de Colovia y de Páramo del Martillo, y ha luchado durante quince años para evitar más daños”.

 

El aterrador rugido de la bestia volvió a cruzar la estancia, incluso más fuerte que antes. Los heridos no pudieron evitar gemir aterrorizados.

 

“¿Y eso qué es?”, dijo Miak-I con desprecio. “¿Otro truco de Kaltos de Camora que el Usurpador ha aprendido?”.

 

“Pues sí es un truco, de hecho”, gritó Orben por encima del alarido. “Es un fantasma que usa para infundir temor en sus víctimas. Tuvo que usar tácticas de intimidación al principio, cuando su poder estaba creciendo, y las tiene que usar de nuevo ahora que su poder está disminuyendo. Por eso tardó dos años en conquistar Bosque Valen y otros trece en conquistar la mitad de Páramo del Martillo. Sin ofender a los guardias rojos, no fue únicamente vuestra capacidad de lucha lo que lo mantuvo a raya. Ya no tiene el apoyo que tenía de su señor”.

 

El gruñido se hizo más intenso hasta silenciarse de nuevo.

 

“¡Mankar!”, gimió la mujer bosmer. “¡Ya viene y acabará con todos!”.

 

“¿Su señor?” preguntó Lukar, pero los ojos de Orben estaban fijos en la mujer bosmer acurrucada en su camilla empapada en sangre.

 

“¿Quién es?”, preguntó Orben a Rosayna.

 

“Uno de los refugiados de tu amistosa guerra en Bosque Valen antes de que tú y tu Kaltos cambiaseis de bando”, respondió la curandera. “Me parece que su nombre es Kaalys”.

 

“Por Jephre”, Orben susurró sin apenas aire y se acercó cojeando hacia la camilla de la mujer. Limpió el sudor y la sangre de su pálido rostro. “Kaalys, soy Orben. ¿Te acuerdas de mí? ¿Cómo has llegado hasta aquí? ¿Te han hecho daño?”

 

“¡Mankar!”, gritó Kaalys.

 

“Eso es todo lo que dice”, dijo Rosayna.

 

“No sé qué es”, Orben frunció el ceño. “No es el Usurpador, a pesar de que ella también lo conocía. Muy bien. Era una de sus preferidas”.

 

“Sus preferidos, tú, Kaltos, ella... todos parecen volverse en su contra”, dijo Miak-I.

 

“Esa es la razón por la que no triunfará”, añadió Hzim.

 

Se escucharon pasos de hombres armados en el techo, la puerta de la bodega se abrió de golpe. Era el capitán de la guardia del castillo del barón Othrok. “¡El puerto está en llamas! ¡Si queréis vivir, debéis refugiaros en el castillo Wightmoor!”

 

“¡Necesitamos ayuda!”, gritó Rosayna, a pesar de que sabía que los guardas estaban para defender, no para ayudar a transportar los enfermos.

 

Con la ayuda de diez guardias y los enfermos más capaces, se vació la bodega conforme las calles de Dwynnen se llenaban de humo y el fuego comenzaba a extenderse entre el caos. Al puerto solo había llegado una bola de fuego, pero el daño era tremendo. Horas después, en el patio del castillo, los curanderos pudieron organizar las camillas y comenzar de nuevo a atender a los heridos. La primera persona a la que Rosayna encontró fue a Orben Elmlock. Aunque sus heridas habían vuelto a abrirse, había ayudado a llevar a dos de los heridos al castillo.

 

“Lo siento”, dijo ella mientras presionaba sus manos sanadoras sobre sus heridas. “Perdí el control. Olvidé que soy una curandera”.

 

“¿Donde está Kaalys?”, preguntó Orben.

 

“¿No está por aquí?”, preguntó Rosayna, mirando a su alrededor. “Debe de haber huido”.

 

“¿Cómo? ¿Pero no estaba herida?”

 

“No se encontraba muy bien, pero te sorprenderías de lo que las madres primerizas pueden hacer cuando se lo proponen”.

 

“¿Estaba embarazada?”, preguntó Orben boquiabierto.

 

“Sí. No fue un parto tan difícil. Tenía a su bebé en los brazos la última vez que la vi. Dijo que lo había hecho ella sola”.

 

“Estaba embarazada”, murmuró Orben de nuevo. “La amante del Usurpador Camorano estaba embarazada”.

 

Se corrió la voz de que la batalla se había acabado, más que eso, de que la guerra se había terminado. Las fuerzas de Haymon de Camora habían sido derrotadas por mar y por tierra. El rey Hart estaba muerto.

 

Lukar miró desde las almenas hacia los sombríos bosques que rodeaban Dwynnen. Había oído lo de Kaalys y se imaginaba a una mujer desesperada intentando huir hacia el bosque con su bebé recién nacido en los brazos. Kaalys no tendría ningún lugar al que ir, nadie que la protegiese. Su hijo y ella serían unos refugiados, igual que Miak-I y él lo habían sido. Pensando en lo ocurrido, recordó sus palabras.

 

Se acerca. ¡Ya viene, y traerá la muerte! Nos destruirá a todos.

 

Lukar recordaba sus ojos. Estaba enferma, pero tenía miedo. ¿Quién se estaba acercando si el Usurpador Camorano estaba muerto?

 

“¿No dijo nada más?”, preguntó Orben.

 

“Me dijo el nombre de su hijo”, respondió Rosayna. “Mankar”.

 

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