Guía The Elder Scrolls V: Skyrim

Libros de habilidades

Misterio de Talara, vol. 3

 

 

-Habilidad: Destrucción

-Peso: 1

-Valor: 55

-Código: 0001AFF0

 

Se puede encontrar en las siguientes localizaciones.

 

Lugar 1

 

En “Saldos de Birna”, en Hibernalia.

 

Lugar 2

 

Torre de Luz Oscura

 

En la Torre de Luz Oscura, al Suroeste de Riften.

 

Lugar 3

 

Morvunskar

 

En Morvunskar (al Suroeste de Ventalia), en una estantería por la parte del pasillo del Noreste.

 

Lugar 4

 

Cueva de Tolvald

 

En la Cueva de Tolvald, al Norte de Riften.

 

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Gnorbooth estaba saliendo de su bar favorito en Camlorn, “La rama partida”, cuando oyó que alguien pronunciaba su nombre. No era el típico nombre que se pudiera confundir con otro. Se dio la vuelta para ver a lord Eryl, el mago guerrero real de palacio, que salía de entre las sombras del callejón.

 

“Milord”, dijo Gnorbooth esbozando una amable sonrisa.

 

“Me sorprende verte fuera esta noche, Gnorbooth”, comentó lord Eryl con una inmensa sonrisa bastante forzada. “Ni tú ni tu amo os habéis dejado ver mucho desde la celebración del milenio, aunque entiendo que habéis debido de estar ocupados. Me pregunto qué es lo que os ha mantenido tan afanados”.

 

“Proteger los intereses imperiales en Camlorn es un trabajo de lo más atareado, milord. Sin embargo, no llego a imaginar tu interés por las minucias de los asuntos de un embajador”.

 

“Pues me interesan”, dijo el mago guerrero. “Especialmente desde que el embajador ha empezado a actuar de una forma de lo más misteriosa y poco diplomática. Es sabido que se llevó a su casa a una de las prostitutas del Festival de las Flores. Creo recordar que se llamaba Gyna”.

 

Gnorbooth se encogió de hombros: “Imagino, milord, que se ha enamorado. Eso puede hacer que los hombres se comporten de una forma muy extraña, como supongo que ya habrás oído anteriormente”.

 

“Es una joven muy atractiva”, rió lord Eryl. “¿Te has percatado de lo mucho que se parece a la difunta princesa Talara?”

 

“Tan solo llevo aquí quince años, milord. Nunca llegué a ver a la difunta majestad.”

 

“Podría entender que sintiera la necesidad de escribir poesía, ¿pero qué hombre enamorado se pasa los días en las cocinas de palacio hablando con los viejos sirvientes? Aunque mi experiencia es limitada, esto no me suena a ardiente pasión”. Lord Eryl puso los ojos en blanco. “¿Y cómo se está desarrollando ese negocio de...? ¿Cómo se llama esa aldea?”

 

“¿Umbington?”, respondió Gnorbooth, deseando inmediatamente no haberlo hecho. Lord Eryl era un actor demasiado astuto como para dejar que le pillaran, pero Gnorbooth supo en el fondo de su ser que el mago guerrero ni siquiera estaba al tanto de que lord Strale hubiera abandonado el capitolio. Tenía que escapar para hacérselo saber al embajador, pero todavía tenía que jugar sus cartas con cuidado. “No partirá hacia allí hasta mañana. Según creo, el motivo de su viaje es alguna escritura que necesita del sello imperial”.

 

“¿Eso es todo? Cuánto trajín para el pobre hombre. Entonces supongo que le veré a su regreso”, afirmó lord Eryl ya para despedirse. “Gracias por tan preciada información. Adiós”.

 

En cuanto el mago guerrero real dobló la esquina, Gnorbooth se subió de un salto a su caballo. Había bebido una o dos cervezas de más, pero sabía que debía llegar a Umbington antes de que los agentes de lord Eryl lo hicieran. Galopó hacia el este dejando atrás el capitolio, con la esperanza de que hubiera alguna señal a lo largo del camino.

 

Sentado en una taberna que olía a moho y cerveza agria, lord Strale se mostraba impresionado ante la destreza de la agente del emperador, lady Brisienna, que siempre buscaba los lugares más públicos para mantener sus reuniones más privadas. Era la época de la cosecha en Umbington, y todos aquellos campesinos se estaban bebiendo sus ínfimos sueldos de la forma más ruidosa posible. Él iba vestido acorde con el local, con unos bastos pantalones y un sencillo chaleco de campesino, pero todavía sentía que destacaba. En comparación con sus dos acompañantes femeninas, realmente sí que resaltaba. La mujer de su derecha solía frecuentar los lugares de baja categoría de Salto de la Daga, donde trabajaba de vulgar prostituta. A lady Brisienna, a su izquierda, se la veía aún más en su ambiente.

 

“¿Cómo prefieres que te llame?”, preguntó lady Brisienna pensativa.

 

“Me solían llamar Gyna, aunque puede que eso tenga que cambiar”, fue su respuesta. “Por supuesto, tampoco tiene por qué hacerlo. ‘Gyna, la puta’ puede ser el nombre que escriban sobre mi lápida”.

 

“Me encargaré de que no vuelvan a atentar contra tu vida como en el Festival de las Flores”, afirmó lord Strale frunciendo el ceño. “Aunque, sin la ayuda del emperador, no seré capaz de protegerte para siempre. La única solución permanente sería capturar a aquellos que te hirieron y darles a probar un poco de su propia medicina”.

 

“¿Crees mi historia?”, preguntó Gyna volviéndose hacia lady Brisienna.

 

“Llevo desempeñando el puesto de agente jefe del emperador en Roca Alta desde hace muchos años y he oído extraños relatos, pero si vuestro amigo el embajador no hubiera investigado y descubierto lo que ha descubierto, seguramente te habría tomado por una loca”, rió Brisienna, obligando a Gyna a que le respondiera con otra sonrisa. “Sin embargo, sí, te creo. Quizá eso me convierta a mí en la loca”.

 

“¿Nos ayudarás?”, se limitó a preguntar lord Strale.

 

“Interferir en los asuntos de los reinos provinciales es algo delicado”, afirmó lady Brisienna mirando pensativa el fondo de su jarra. “A menos que constituya una amenaza para el propio Imperio, creemos que es mejor no entrometernos. En este caso, nos enfrentamos a un enrevesado asesinato que tuvo lugar hace veinte años y a sus secuelas. Si su majestad imperial se involucrara en cada pequeño contratiempo sangriento relacionado con la sucesión en cada uno de sus mil reinos vasallos, nunca llevaría nada a cabo en beneficio del bien superior de Tamriel”.

 

“Entiendo”, murmuró Gyna. “Cuando lo recordé todo, quién era y lo que me ocurrió, decidí no hacer nada al respecto. De hecho, partía de Camlorn para volver a mi hogar en Salto de la Daga cuando vi de nuevo a lord Strale. Él fue quien comenzó la búsqueda para solucionar esto, no yo. Y cuando me trajo de vuelta, lo único que deseaba era ver a mi prima para contarle quién era, pero él me lo prohibió”.

 

“Hubiera sido demasiado peligroso”, gruñó Strale. “Todavía ignoramos los entresijos de esta conspiración, y quizá nunca los lleguemos a conocer.”

 

“Lo siento, siempre acabo respondiendo con largas explicaciones a preguntas cortas. Cuando lord Strale me preguntó si ayudaría, debería haber comenzado diciendo que sí”, lady Brisienna rió ante el cambio en las expresiones de lord Strale y Gyna. “Te ayudaré, por supuesto. Pero para que obtengamos un buen resultado, tendrás que llevar a cabo dos tareas para complacer al emperador. Primero, deberás probar con absoluta certeza qué poder se esconde detrás de esta trama que has descubierto. Tienes que conseguir que alguien confiese”.

 

“Y segundo”, dijo lord Strale, asintiendo con la cabeza, “debemos probar que se trata de un asunto que requiere la atención de su majestad imperial y no de un simple problema menor de ámbito local”.

 

Lord Strale, lady Brisienna y la mujer que se hacía llamar Gyna siguieron discutiendo durante unas cuantas horas más la forma de lograr sus objetivos. Cuando acordaron qué era lo que debían hacer, lady Brisienna les dejó para encontrarse con su aliado Proseco. Strale y Gyna se dirigieron hacia el oeste, hacia Camlorn. Cuando ya habían emprendido camino por el bosque, oyeron el sonido de las pezuñas de un animal que se acercaba galopando hacia ellos. Lord Strale desenfundó su espada y le hizo señas a Gyna para que colocara su caballo detrás del suyo.

 

En ese momento, les atacaron por todos lados. Era una emboscada. Ocho hombres, armados con hachas, habían permanecido a la espera.

 

Lord Strale tiró de Gyna y la subió tras él, en su caballo. Hizo un breve y ágil movimiento con las manos y un anillo de fuego se materializó a su alrededor, extendiéndose después hacia fuera para golpear a sus asaltantes. Los hombres gritaban de dolor y caían de rodillas. Lord Strale hizo que su caballo saltara por encima del más cercano y galopó a toda velocidad hacia el oeste.

 

“¡Pensaba que eras un embajador y no un mago!”, rió Gyna.

 

“Todavía creo que hay momentos para ejercer la diplomacia”, respondió lord Strale.

 

En el camino, se toparon con el caballo y el jinete que habían oído antes de encontrarse con los bandoleros. Era Gnorbooth: “Milord, ¡es el mago guerrero real! ¡Se enteró de que ambos estabais en Umbington!”, dijo.

 

“Y con una facilidad considerable, debería añadir”, la voz de lord Eryl retumbó en el bosque. Gnorbooth, Gyna y lord Strale escudriñaron entre los oscuros árboles, pero no vieron nada. La voz del mago guerrero parecía emanar de todas partes y de ninguna.

 

“Lo siento, milord”, refunfuñó Gnorbooth. “Traté de avisarte tan pronto como pude”.

 

“En tu próxima vida, quizá deberías recordar que no hay que confiar tus planes a un borracho”, rió lord Eryl. Los tenía en su punto de mira y formuló el hechizo.

 

Gnorbooth lo vio primero, por la luz de la bola de fuego que salió de la yema de sus dedos. Después, lord Eryl se preguntó qué es lo que trataba de hacer el muy estúpido. Quizá se estaba apresurando para empujar a lord Strale fuera del camino o puede que tratara de evitar el rastro de destrucción y simplemente se hubiera movido hacia la izquierda cuando debería haberlo hecho hacia la derecha. Quizás, por improbable que pueda parecer, estaba dispuesto a sacrificarse para salvar a su señor. Fuera cual fuera la razón, el resultado fue el mismo.

 

Se puso en medio.

 

Se produjo una explosión de energía que llenó la noche, y un estruendo atronador hizo que temblaran los pájaros de los árboles a un kilómetro y medio a la redonda. En los pocos metros cuadrados que antes ocupaban Gnorbooth y su caballo no quedaba nada más que negro cristal. Habían sido reducidos a nada. Gyna y lord Strale cayeron de espaldas. Su caballo, cuando se recuperó, se alejó galopando tan rápido como pudo. Sumergido en la brillante y persistente aura de la detonación del hechizo, lord Strale miró hacia los bosques y a los grandes ojos del mago guerrero.

 

“Maldita sea”, dijo lord Eryl, y empezó a correr. El embajador se puso en pie de un salto y comenzó a perseguirlo.

 

“Habrá supuesto un gran gasto de magia, incluso para ti”, dijo lord Strale mientras corría. “¿No has aprendido todavía que no hay que formular hechizos de alcance si no estás seguro de que tu objetivo no está protegido?”

 

“Nunca pensé que ese idiota...” Lord Eryl recibió un golpe por la espalda y cayó al húmedo suelo del bosque sin tener siquiera la oportunidad de terminar su lamento.

 

“No importa lo que pensaras”, dijo lord Strale tranquilamente mientras le daba la vuelta y le sujetaba los brazos contra el suelo con las rodillas. “No soy un mago guerrero, pero sé lo suficiente como para no haber desperdiciado toda mi reserva en tu pequeña emboscada. Quizá sea una cuestión de filosofía relacionada con el hecho de ser agente del gobierno, pero siento cierta inclinación hacia el conservadurismo”.

 

“¿Qué es lo que vas a hacer?”, se quejó lord Eryl.

 

“Gnorbooth era un buen hombre, uno de los mejores, por lo que voy a hacer que sufras mucho”, dijo el embajador haciendo un ligero movimiento, antes de que sus manos comenzaran a brillar. “Eso seguro. El daño extra que te ocasione después dependerá de lo que me cuentes sobre el antiguo duque de Oloine”.

 

“¿Qué quieres saber?”, gritó lord Eryl.

 

“Empezaremos por el principio”, respondió Lord Strale con una paciencia infinita.

 

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