Guía The Elder Scrolls V: Skyrim

Libros de habilidades

La Reina Loba, vol. 1

 

 

-Habilidad: Abrir cerraduras

-Peso: 1

-Valor: 75

-Código: 0001B01A

 

Se puede encontrar en las siguientes localizaciones.

 

Lugar 1

 

Cueva del Colmillo Roto

 

En el interior de la Cueva del Colmillo Roto (al Oeste de Carrera Blanca).

 

Lugar 2

 

Caverna de la Senda del Risco

 

En la Caverna de la Senda del Risco, al Norte de Riften.

 

Lugar 3

 

En la celda de Lucero del Alba.

 

eliteguias

 

De la pluma del sabio Montocai del primer siglo de la Tercera Era:

 

Año 63 de la Tercera Era:

Al llegar el otoño, el príncipe Pelagio, hijo del príncipe Uriel, hijo de la emperatriz Kintyra, quien es, a su vez, sobrina del gran emperador Tiber Septim, llegó a Camlorn, ciudad-estado de Roca Alta, para rendirle homenaje a la hija del rey Vulstaed. Se llamaba Quintila, la princesa más bella de Tamriel, habilidosa en todas las tareas de doncella y artes de hechicera.

 

Viudo desde hacía once años y con un hijo llamado Antíoco, Pelagio llegó a la corte y encontró que la ciudad-estado estaba siendo aterrorizada por un gran demonio hombre lobo. En lugar de abandonar, Pelagio y Quintila se unieron para salvar el reino. Con la espada de él y los sortilegios de ella, aniquilaron a la bestia y, gracias a sus poderes místicos, Quintila encerró el alma de la bestia en una gema. Pelagio mandó forjar un anillo con la gema y la desposó.

 

Pero se decía que el alma del lobo permanecería con ellos hasta el nacimiento de su primer hijo.

 

Año 80 de la Tercera Era

“Su majestad, el embajador de Soledad ha llegado”, susurró Balvo, el administrador.

 

“¿Justo en mitad de la cena?”, murmuró el emperador. “Dile que espere.”

 

“No, padre, es importante que le dé audiencia”, dijo Pelagio mientras se levantaba. “No puedes hacerle esperar y después darle malas nuevas. Ese proceder no es diplomático.”

 

“No iré pues, tú eres más dado a la diplomacia que yo. Toda la familia tendría que estar aquí”, añadió el emperador Uriel II, percatándose de lo vacía que estaba la mesa durante esa cena. “¿Dónde está tu madre?”

 

“Acostándose con el sacerdote supremo de Kynareth”, habría respondido Pelagio, pero como había dicho su padre, él era diplomático. En su lugar, dijo: “Rezando.”

 

“¿Y tu hermano y hermana?”

 

“Amiel está en Primada, reunido con el maestro supremo del gremio de los magos. Y Galana, aunque no se lo diremos al embajador, por supuesto, está preparando su boda con el duque de Narsis. Ya que el emperador cree que ella va a casarse con su señor, el rey de Soledad, le diremos que está en el balneario haciendo que le quiten un cúmulo de erupciones pestilentes. Díselo y no presionará tanto con lo de la boda, por muy políticamente beneficioso que pueda ser”, dijo Pelagio con una sonrisa. “Ya sabes cómo son esos nórdicos tiquismiquis respecto a las mujeres con verrugas.”

 

“Vaya, siento que debería tener cerca a mi familia para no parecer un viejo loco despreciado por sus personas más queridas y cercanas”, dijo refunfuñando el emperador, sospechando, con acierto, que eso era así. “¿Y qué me dices de tu mujer? ¿Dónde están ella y mis nietos?”

 

“Quintila está en el cuarto de los niños con Céforo y Magnus. Antíoco estará, probablemente, con alguna prostituta de la ciudad. No sé dónde se encuentra Potema, seguramente concentrada en sus estudios. Pensé que no te gustaba estar rodeado de niños.”

 

“Me gusta durante mis reuniones con embajadores en las frías salas de recepción”, suspiró el emperador. “Transmiten un aire, no sé, civilizado e inocente. Ah, dile al maldito embajador que pase”, le dijo a Balvo.

 

Potema estaba aburrida. Era invierno en la Provincia Imperial, la estación lluviosa, y las calles y jardines de la ciudad estaban completamente anegados. No podía recordar la última vez que no estuviera lloviendo. ¿Habían pasado días, o habían pasado semanas o meses desde la última vez que brilló el sol? Ya no había ninguna percepción del tiempo en el titilar constante de las antorchas del palacio. Potema caminaba por los corredores de mármol y piedra, escuchando el batir de la lluvia y solo podía pensar en lo aburrida que estaba.

 

Asthephe, su tutor, debía de estar buscándola. Normalmente, no le amargaba mucho estudiar. La memorización rutinaria se le daba bastante bien. Se ponía a prueba a sí misma mientras caminaba por el desierto salón de baile. ¿Cuándo cayó Orsinium? En el año 980 de la Primera Era. ¿Quién escribió los Tratados de Tamril? Khosey. ¿Cuándo nació Tiber Septim? En el año 288 de la Segunda Era. ¿Quién es el actual rey de Salto de la Daga? Mortyn, hijo de Gothlyr. ¿Y el de Silvenar? Varbarenth, hijo de Varbaril. ¿Quién es el señor de la guerra de Lilmoth? Pregunta trampa: es una señora, Ioa.

 

¿Qué conseguiré si soy una buena chica y no me meto en problemas, y mi tutor dice que soy una buena estudiante? Pues mis padres no cumplirán su promesa de comprarme una katana daédrica y, para justificarse, dirán que no se acuerdan de tal promesa y que es algo muy caro y peligroso para una chica de mi edad.

 

Oyó voces provenientes de la sala de recepciones del emperador. Se trataba de su padre, su abuelo y un hombre con acento extranjero, un nórdico. Potema aflojó y retiró una piedra situada detrás de un tapiz y se dispuso a espiarlos.

 

“Seamos francos, su majestad Imperial”, dijo la voz del nórdico. “A mi señor, el rey de Soledad, no le importa que la princesa Galana parezca un orco. Él desea una alianza con la familia Imperial y se acordó entregarle a Galana o devolver el oro que él entregó para poner fin a la rebelión khajiita en Torval. Este es el acuerdo que juraste por tu honor.”

 

“No recuerdo tal acuerdo”, dijo su padre, “¿Y tú, mi señor?”

 

Oyó un farfullo que Potema asumió que provenía de su abuelo, el antiguo emperador.

 

“Quizá deberíamos pasar por el archivo, debo de estar perdiendo la memoria”, dijo el nórdico con tono sarcástico. “Recuerdo perfectamente tu sello sobre el acuerdo antes de ser guardado. Aunque podría equivocarme, claro está.”

 

“Enviaremos un mensajero al archivo para que traiga el documento al que haces referencia”, respondió su padre, con el tono duro y relajado que siempre utilizaba cuando estaba a punto de romper una promesa. Potema lo sabía. Volvió a colocar la piedra en su sitio y abandonó con presteza el salón de baile. Sabía lo lentos que iban los mensajeros, acostumbrados a llevar recados de un viejo emperador. Ella llegaría al archivo en menos que canta un gallo.

 

La gran puerta de ébano estaba cerrada, por supuesto, pero ella sabía qué hacer. Un año atrás, descubrió a la sirvienta bosmer de su madre robando algunas joyas y, a cambio de su silencio, obligó a la joven a enseñarle a forzar cerraduras. Potema arrancó dos alambres de su broche de diamantes e introdujo el primero en la primera cerradura, manteniendo inmóvil la mano e intentando memorizar el patrón de gachetas y muescas del mecanismo.

 

Cada cerradura era única.

 

La de la despensa de la cocina: seis gachetas libres, una fija y un pestillo. Se había colado allí por diversión, pero si hubiera tenido la intención de envenenar la comida, todos los de la casa estarían muertos, pensó con una sonrisa.

 

La cerradura del escondite en el que su hermano Antíoco guardaba la pornografía khajiita: tan solo dos gachetas libres y una ridícula trampa con una pluma envenenada de la que se zafó haciendo presión sobre el contrapeso. Le había salido rentable. Era raro que Antíoco, que no parecía sentir vergüenza por nada, se hubiera rendido tan fácilmente al chantaje. Después de todo, ella solo tenía doce años y las diferencias entre las perversiones de la gente gato y las de los cyrodiils eran más bien teóricas. Aún así, Antíoco tuvo que darle el broche de diamantes que ella tanto apreciaba.

 

Nunca la habían pillado. No la descubrieron cuando entró en el estudio del mago supremo y le robó su libro de hechizos más antiguo. Ni cuando entró en la habitación de invitados en la que se alojaba el rey de Gilane y robó la corona la mañana anterior a la ceremonia oficial de bienvenida de Magnus. Resultaba muy sencillo atormentar a su familia con estos pequeños delitos. Pero ahora el emperador quería un documento para una reunión muy importante. Ella lo conseguiría primero.

 

Sin duda, era la cerradura más difícil que había abierto. Una y otra vez intentaba mover las gachetas, empujando lateralmente la abrazadera que había enganchado con los cables, golpeando así el contrapeso. Tardó casi medio minuto en conseguir entrar en el archivo, donde se guardaban los Pergaminos Antiguos.

 

Los documentos estaban perfectamente organizados por año, provincia y reino, por lo que no tardó en localizar la promesa de matrimonio entre Uriel Septim II, emperador del sagrado imperio cyrodiílico de Tamriel por la gracia de los dioses y su hija la princesa Galana, y su majestad el rey Mantiarco de Soledad. Cogió su premio y salió del archivo, dejando la puerta bien cerrada de nuevo, antes de que el mensajero hiciera acto de presencia.

 

De vuelta en el salón de baile, retiró de nuevo la piedra y escuchó con impaciencia la conversación. Durante unos minutos, los tres hombres, el nórdico, el emperador y su padre, conversaron sobre el tiempo y aburridos asuntos diplomáticos. A continuación, escuchó pasos y la voz de un joven, el mensajero.

 

“Su majestad Imperial, he buscado en el archivo y no he podido localizar el documento que me pidió.”

 

“¿Lo ves?” dijo el padre de Potema. “Te dije que no existía tal documento.”

 

“¡Pero si yo lo he visto!” El nórdico estaba furioso. “¡Yo estaba presente cuando mi señor y el emperador lo firmaron! ¡Estaba allí!”

 

“Espero que no estés dudando de la palabra de mi padre, el soberano emperador de Tamriel. No cuando hay pruebas que demuestran que estabas... equivocado”, dijo Pelagius con voz baja e infundiendo temor.

 

“Por supuesto que no”, dijo el nórdico al instante. “¿Pero qué le diré yo a mi rey? ¿No conseguirá el enlace con la familia imperial ni recuperará el oro, tal y como establecía el acuerdo... el supuesto acuerdo?”

 

“No deseamos desacuerdos entre el reino de Soledad y nosotros”, dijo la voz del emperador, un tanto débil pero lo suficientemente clara. “¿Y si le ofrecemos al rey Mantiarco a nuestra nieta en su lugar?”

 

Potema sintió un escalofrío por todo su cuerpo.

 

“¿La princesa Potema? ¿No es demasiado joven?” preguntó el nórdico.

 

“Tiene trece años”, dijo su padre. “Es lo bastante mayor para casarse.”

 

“Sería la pareja perfecta para tu rey”, dijo el emperador. “Debo reconocer que, en mi opinión, es un poco tímida e inocente. Empero, estoy seguro de que aprenderá con diligencia las costumbres de la corte. Después de todo, es una Septim. Considero que será una excelente reina de Soledad. No demasiado fascinante, pero noble.”

 

“La nieta del emperador no es tan cercana como su hija”, dijo el nórdico con abatimiento. “Sin embargo, no encuentro motivos para rechazar la oferta. Se lo notificaré a mi rey.”

 

“Puedes retirarte”, dijo el emperador, y Potema oyó cómo el nórdico abandonaba la sala de recepciones.

 

Las lágrimas inundaban los ojos de Potema. Había estudiado algo del rey de Soledad, Mantiarco. Sesenta y dos años y gordo. Sabía lo lejos que estaba Soledad y lo frío que era, de clima septentrional. Su padre y su abuelo la estragaban a la barbarie de los nórdicos. Las voces de la habitación continuaban dialogando.

 

“Bien hecho, chico. Ahora, asegúrate de quemar ese documento”, dijo su padre.

 

“¿Mi príncipe?” preguntó el mensajero con voz quejumbrosa.

 

“El acuerdo entre el emperador y el rey de Soledad, idiota. No queremos que se sepa de su existencia.”

 

“Mi príncipe. He dicho la verdad. No encontré el documento en el archivo. Parece que ha desaparecido.”

 

“¡Por Lorkhan!” bramó su padre. “¿Por qué todo está desordenado en este palacio? ¡Regresa al archivo y sigue buscando hasta que lo encuentres!”

 

Potema fijó los ojos en el documento. Millones de piezas de oro prometidas al reino de Soledad en caso de que la princesa Galana no se casara con el rey. Podría mostrárselo a su padre y quizá, como recompensa, no tendría que casarse con Mantiarco. O quizá no fuera así. Podría hacerles chantaje a su padre y al emperador con él y así conseguir una considerable suma de dinero. Incluso podría hacerlo cuando fuera reina de Soledad para llenar sus cofres de dinero y así comprar todo lo que quisiera. Ciertamente, mucho más que una simple katana daédrica.

 

Demasiadas opciones, pensó Potema, que ya no estaba tan aburrida como antes.

 

eliteguias