Guía The Elder Scrolls V: Skyrim

Libros de habilidades

Testigo sagrado

 

 

-Habilidad: Discreción

-Peso: 1

-Valor: 75

-Código: 0001B020

 

Se puede encontrar en las siguientes localizaciones.

 

Lugar 1

 

En el Santuario de Lucero del Alba.

 

Lugar 2

 

En el Santuario de la Hermandad Oscura.

 

Lugar 3

 

Sepulcro del Crepúsculo

 

En el Sepulcro del Crepúsculo, al Oeste de Falkreath.

 

eliteguias

 

He conocido a condesas y cortesanos, emperatrices y brujas, mujeres guerreras y pordioseras de la paz, pero nunca he conocido a ninguna como la Madre Noche. Ni volveré a hacerlo.

 

Soy escritor, un poeta de poco renombre. Si te dijese cómo me llamo, tal vez me reconocieras, pero es poco probable. Durante décadas y hasta hace muy poco, adopté la ciudad de Centinela, en la costa de Páramo del Martillo, como mi hogar y me mantuve en contacto con otros artistas, pintores, artesanos y escritores. Nadie que yo conociese reconocería a un asesino a simple vista, y menos aún a la reina de todos ellos, la Flor de Sangre, la Señora Muerte, la Madre Noche.

 

No es que yo no haya oído hablar de ella.

 

Hace algunos años tuve la suerte de conocer a Pellarne Assi, un respetado erudito que vino a Páramo del Martillo con la intención de investigar para su libro sobre la Orden de Diagna. Su texto “Hermanos de la oscuridad”, junto al de Ynir Gorming, “Fuego y Oscuridad: Las hermandades de la muerte”, se considera una guía en lo que al tema de las órdenes de asesinos de Tamriel se refiere. Afortunadamente, el mismísimo Gorming se encontraba también en Centinela, y tuve el privilegio de sentarme con los dos en un oscuro antro de skooma, en los barrios bajos de la ciudad, para fumar y conversar sobre la Hermandad Oscura, el Morag Tong y la Madre Noche.

 

Sin descartar la posibilidad de que la Madre Noche sea inmortal, o al menos muy anciana, Assi opinaba que el título lo habían adoptado varias mujeres (y quizá algunos hombres) a través de los siglos. Decía que tenía el mismo sentido decir que solo había una Madre Noche que decir que solo había un rey de Centinela.

 

Gorming opinaba que nunca hubo una Madre Noche, al menos no una humana. La Madre Noche era la mismísima Mephala, a quien la hermandad había venerado en segundo lugar solo por detrás de Sithis.

 

“Supongo que no existe forma de saberlo con certeza”, dije yo haciendo alarde de mi diplomacia.

 

“Pues sí que existe”, dijo Gormin con una sonrisa. “Podrías hablar con ese encapuchado sentado en aquel rincón”.

 

No lo había visto hasta entonces; estaba sentado solo, con los ojos ocultos por la capucha, y parecía que formaba parte del escenario, como la cruda piedra de los muros o el suelo sin barrer. Me volví a Ynir y le pregunté por qué aquel hombre podía saber algo sobre la Madre Noche.

 

“Es un hermano oscuro”, susurró Pellarne Assi. “Eso es obvio. Ni bromees sobre hablar con él sobre ella”.

 

Pasamos a otros argumentos sobre los morag tong y la hermandad, pero nunca olvidé la imagen de aquel hombre solitario que no miraba a nada concreto pero lo miraba todo, desde el rincón de aquella sucia habitación llena de humo de skooma que flotaba en el aire como fantasmas. Cuando lo vi semanas después en las calles de Centinela, lo seguí.

 

Sí, lo seguí. El lector se preguntará con razón el “por qué” y el “cómo”. No se lo reprocho.

 

“Cómo” es simplemente cuestión de conocer la ciudad tan bien como yo la conozco. No soy un ladrón, ni tengo un paso seguro y silencioso, pero conozco los pasajes y calles de Centinela a la perfección después de haber pasado décadas deambulando por ellas. Sé qué puentes crujen, qué edificios proyectan sombras irregulares, los intervalos a los que los pájaros nativos comienzan sus canciones de la tarde. Con relativa facilidad, me mantuve a una distancia segura del hermano oscuro.

 

La respuesta al “por qué” es aún más sencilla. Tengo la curiosidad natural del escritor nato. Cuando veo un animal extraño y nuevo, debo observarlo. Es la maldición del escritor.

 

Seguí al encapuchado hasta las entrañas de la ciudad por un pasaje tan estrecho que parecía más una grieta entre dos edificios, pasamos una valla tumbada y, de repente, casi de forma milagrosa, estaba en un lugar en el que nunca antes había estado. Un pequeño cementerio que contenía una docena de tumbas de madera medio podridas. Ninguno de los edificios colindantes tenía ventanas a este lugar, así que nadie sabía de la existencia de esta pequeña necrópolis.

 

Nadie excepto los seis hombres y la mujer que había allí de pie. Y yo.

 

La mujer me vio inmediatamente y me hizo señas para que me acercase. Podría haber huido, pero... no, no podría haber huido. Había descubierto un misterio justo aquí, en Centinela, y no podía dejarlo ahora.

 

Ella sabía mi nombre, y lo pronunció con una dulce sonrisa. La Madre Noche era una pequeña anciana de suave pelo blanco, mejillas como manzanas arrugadas que aún portaban el entusiasmo de la juventud y ojos alegres, azules como la bahía de Iliac. Cogió mi brazo suavemente mientras nos sentábamos entre las tumbas y discutíamos sobre asesinatos.

 

Ella no estaba permanentemente en Páramo del Martillo, ni siempre estaba disponible para misiones directas, pero parecía que le gustaba hablar con sus clientes.

 

“No he venido por los servicios de la hermandad”, dije yo respetuosamente.

 

“Entonces ¿por qué estás aquí?”, me preguntó la Madre Noche, sin apartar sus ojos de mí.

 

Le dije que quería saber más sobre ella. No esperaba ninguna respuesta, pero ella me la dio.

 

“No me importan las historias que vosotros los escritores os inventáis sobre mí”, dijo riendo entre dientes. “Algunas son muy divertidas, otras muy beneficiosas para el negocio. Me gusta particularmente la de la atractiva mujer negra que reposa sobre el diván, según Carlovac Townway. La verdad es que mi historia no es muy dramática. Yo fui una ladrona hace mucho, mucho tiempo, cuando el gremio de ladrones estaba en sus comienzos. Era tal la molestia que suponía merodear por los alrededores de una casa para vigilar a sus ocupantes antes de cometer un robo que algunos de nosotros encontrábamos más eficaz estrangularlos directamente. Por conveniencia simplemente. Sugerí al gremio que una parte de nuestra orden se debería dedicar exclusivamente al arte y ciencia del asesinato”.

 

“No me parecía una idea tan descabellada”, dijo la Madre Noche encogiéndose de hombros. “Teníamos especialistas en robos caseros, carteristas, cerrajeros, forzadores de vallas y otras partes esenciales del oficio. Pero el gremio pensó que apoyar el asesinato sería perjudicial para el negocio. Demasiado, demasiado, dijeron”.

 

“Y puede que tuviesen razón”, continuó la anciana. “Pero yo descubrí que había un beneficio en las muertes repentinas. No solo se podía robar a los muertos, sino que además, si tu víctima tiene enemigos, y normalmente los ricos los tienen, puedes cobrar por ello. Empecé a asesinar a gente de modo diverso cuando descubrí eso. Después de haberlos estrangulado, les ponía dos piedras en los ojos, una negra y una blanca”.

 

“¿Por qué?”, pregunté.

 

“Era una especie de carta de presentación personal. Tú eres escritor. ¿No quieres que tu nombre salga en tus libros? Yo no podía usar mi nombre, pero quería que mis clientes potenciales me conocieran a mí y mi trabajo. Ya no lo hago, no lo necesito, pero en aquella época era mi firma. La voz se corrió y rápidamente el negocio prosperó”.

 

“¿Y eso se convirtió en el Morag Tong?”, pregunté yo.

 

“No, por favor, no”, la Madre Noche sonrió. “El Morag Tong ya estaba formado mucho antes de mi época. Sé que soy vieja, pero no tanto. Simplemente contraté a algunos de sus asesinos cuando empezó a desmoronarse después del asesinato del último potentado. Ya no querían ser miembros del Tong y, puesto que yo era la única opción más parecida a un sindicato de asesinos, se unieron a mí”.

 

Construí mi siguiente frase con sumo cuidado. “¿Me matarás ahora que me has contado todo esto?”

 

Ella asintió con tristeza, dejando escapar un pequeño suspiro de abuela. “Eres un joven muy agradable y educado, y me duele terminar tan bruscamente nuestra amistad. Supongo que no aceptarías una condición o dos a cambio de tu vida, ¿verdad?”

 

Para vergüenza de mi persona, acepté. Dije que no diría nada sobre nuestra reunión, promesa que, como el lector puede ver, decidí romper años después. ¿Por qué entonces he puesto en peligro mi vida?

 

Por las promesas que sí cumplí.

 

Ayudé a la Madre Noche y a la Hermandad Oscura en sus actos, demasiado sangrientos, demasiado despreciables como para plasmar en el papel. Mis manos tiemblan cuando pienso en la gente a la que he traicionado desde aquella noche. Intenté centrarme en mi poesía, pero la tinta parecía convertirse en sangre. Finalmente decidí huir, cambiar de nombre, ir a una tierra en la que nadie me conociese.

 

Y escribí esto. La verdadera historia de la Madre Noche, tomada directamente de la entrevista que mantuve con ella aquella noche. Esta será la última cosa que escriba, lo sé. Y cada palabra es verdad.

 

Rezad por mí.

 

Nota del editor: a pesar de haber sido originalmente publicada como anónima, la identidad del autor nunca ha sido objeto de duda. Cualquier persona que esté familiarizada con el trabajo del poeta Enric Milnes reconocerá el estilo decadente de “Un testigo sagrado” en libros anteriores como “El Alik’r”. Poco después de su publicación, Milnes fue asesinado y a su asesino nunca se le encontró. Le habían estrangulado e insertado dos piedras, una negra y una blanca, en las cavidades de sus ojos. Brutalmente.

 

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