Guía The Elder Scrolls V: Skyrim

Libros de habilidades

Danza en el fuego, vol. 6

 

 

-Habilidad: Elocuencia

-Peso: 1

-Valor: 60

-Código: 0001B00D

 

Se puede encontrar en las siguientes localizaciones.

 

Lugar 1

 

Sload delicado

 

En el Sload delicado, un barco que está al Noreste de Soledad.

 

Lugar 2

 

En “El trago del finado” (Falkreath).

 

Lugar 3

 

En el Salón de debate, dentro del Límite Sombrío.

 

Lugar 4

 

Choza de Meeko

 

Dentro de la Choza de Meeko, al Suroeste de Soledad.

 

eliteguias

 

Decumo Scotti se sentó a escuchar a Liodes Juro. El secretario casi no se podía creer lo gordo que se había puesto su antiguo compañero de la Comisión de Obras de lord Atrio. El picante aroma del plato de carne asada que había ante Scotti se desvaneció. El resto de sonidos y texturas de la mansión Prithala que le rodeaban desaparecieron, era como si no existiera nada excepto la enorme silueta de Juro. Scotti no se consideraba un hombre emotivo, pero un mar de lágrimas se le acumuló en los ojos al ver y escuchar al autor de aquellas cartas chapuceras que le habían indicado el camino a seguir desde de la Ciudad Imperial, a principios de Otoño de escarcha.

 

“¿Dónde has estado?”, le preguntó Juro de nuevo. “Te dije que nos reuniéramos en Falinesti hace varias semanas”.

 

“Estuve allí hace semanas”, tartamudeó Scotti, demasiado sorprendido como para indignarse. “Recibí tu nota para que nos encontráramos en Athay, así que me dirigí hacia allí, pero los khajiitas habían incendiado la aldea y no quedaban ni las cenizas. De algún modo, me puse en camino con los refugiados hacia otro poblado y alguien de allí me dijo que te habían matado”.

 

“¿Y te lo creíste sin más?”, se burló Juro.

 

“Ese tipo parecía estar muy bien informado sobre ti. Era un representante de la Comisión de Obras de lord Vanech y me comentó que también le habías sugerido que viniera a Bosque Valen para sacar beneficios de la guerra”. “Ah, sí”, dijo Juro, parándose a pensar. “Ahora recuerdo su nombre. Creo que es bueno para el negocio tener aquí a dos representantes de las distintas comisiones imperiales de obras. Tan solo necesitaríamos coordinar todas nuestras ofertas y todo iría sobre ruedas”.

 

“Reglio está muerto”, dijo Scotti, “aunque tengo sus contratos de la Comisión de lord Vanech”.

 

“Incluso mejor”, dijo Juro quedándose boquiabierto de la impresión. “Nunca pensé que fueras un competidor tan despiadado, Decumo Scotti. Sí, seguramente eso mejorará nuestra posición ante el silvenar. ¿Te he presentado a Basth?”

 

Scotti solo había sido vagamente consciente de la presencia del bosmer en la mesa de Juro, lo cual era sorprendente, ya que el contorno del elfo era casi equivalente al de su compañero de cena. El secretario saludó con la cabeza fríamente al bosmer, todavía confuso y paralizado. No podía alejar de su cabeza el pensamiento de que tan solo hacía una hora, Scotti se planteaba pedirle al silvenar un salvoconducto para cruzar la frontera de vuelta a Cyrodiil. Después de todo lo que había pasado, el hecho de hacer negocios con Juro para beneficiarse de la guerra de Bosque Valen con Elsweyr, y ahora del segundo conflicto con la isla de Estivalia, parecía algo que le estuviera ocurriendo a otra persona.

 

“Tu colega y yo estábamos hablando del silvenar”, dijo Basth, apoyando sobre el plato la pierna de cordero que estaba mordisqueando. “¿Supongo que no estarás al corriente de su naturaleza?”

 

“He oído algo, pero nada demasiado específico. Tengo la impresión de que se trata de una persona muy importante y peculiar”.

 

“Es el representante legal, físico y emocional del pueblo”, explicó Juro, algo molesto ante la falta de conocimientos generales de su nuevo socio. “Cuando la gente disfruta de salud, él también lo hace. Si son mayoría de mujeres, él también lo es. Cuando se alzan por la falta de comida, de comercio o la ausencia de injerencia extranjera, él también lo siente, y aprueba leyes de acuerdo con ello. De algún modo, podríamos calificarlo de déspota, aunque sea el déspota del pueblo”.

 

“Suena”, dijo Scotti buscando las palabras adecuadas, “a... bobadas”. “Quizás lo sean”, afirmó Basth encogiéndose de hombros. “Sin embargo, goza de muchos derechos como portavoz del pueblo, entre los que se incluyen la concesión de contratos extranjeros de obras y comercio. Carece de importancia que no nos creas. Limítate a considerar al silvenar como uno de esos locos emperadores vuestros, como Pelagio. El problema al que nos enfrentamos ahora es que, como Bosque Valen está siendo atacado por todos los flancos, la posición del silvenar es de desconfianza y temor ante los extranjeros. La única esperanza de su pueblo y, por consiguiente, del propio silvenar es que el emperador intervenga y pare la guerra”.

 

“¿Y lo hará?”, preguntó Scotti.

 

“Sabes tan bien como nosotros que el emperador últimamente no es él mismo”, comentó Juro mientras cogía la bolsa de Reglio y sacaba los contratos en blanco. “¡Quién sabe lo que decidirá hacer! En realidad eso no nos incumbe, pero parece que el difunto y buen hombre Reglio nos ha bendecido facilitándonos el trabajo”.

 

Discutieron sobre cómo se presentarían ante el silvenar toda la noche. Scotti comió sin parar, pero no tanto como Juro y Basth. Cuando el sol comenzó a salir por las colinas y su enrojecida luz traspasó las paredes de cristal de la taberna, Juro y Basth se dirigieron a sus habitaciones en palacio, que les habían sido concedidas diplomáticamente en lugar de una audiencia inmediata con el silvenar. Scotti subió a su habitación. Decidió quedarse durante un rato despierto para revisar los planes de Juro por si había algún error, aunque en cuanto se recostó en la fría y suave cama, cayó dormido al instante.

 

Se levantó a la tarde siguiente, sintiéndose otra vez él, es decir, tímido. Durante varias semanas, había sido una criatura preocupada únicamente por sobrevivir. Pasó de estar exhausto a ser víctima de diversos animales selváticos, casi se había muerto de hambre y ahogado, y se había visto obligado a discutir sobre las antiguas obras poéticas en aldmeris. La discusión que había mantenido con Juro y Basth sobre cómo engañar al silvenar para que firmara los contratos le pareció, después de todo, bastante razonable. Scotti se puso su vieja ropa andrajosa y bajó en busca de comida y de un lugar tranquilo para pensar.

 

“Ya te has despertado”, gritó Basth al verlo. “Deberíamos ir ya al palacio”.

 

“¿Ahora?”, se quejó Scotti. “Mírame. Necesito ropa nueva. Esta no es la forma de ir vestido ni para ver a una prostituta, así que imagínate para visitar al portavoz del pueblo de Bosque Valen. Ni siquiera me he bañado”.

 

“De ahora en adelante debes dejar de ser un secretario para convertirte en un estudiante de comercio mercantil”, dijo Liodes Juro con tono distinguido, mientras agarraba a Scotti del brazo para llevarlo hasta el soleado bulevar que había fuera. “La primera regla consiste en reconocer lo que representas para un posible cliente y cuál es el enfoque que más te conviene. No puedes impresionarle con ropa opulenta y un comportamiento profesional, querido amigo, porque el resultado podría ser catastrófico.

 

Además de Basth y yo hay muchos otros invitados en palacio y han cometido el error de parecer demasiado deseosos, demasiado formales, demasiado dispuestos a hacer negocios. Nunca se les concederá audiencia con el silvenar, pero nosotros hemos permanecido distantes desde la primera vez que nos rechazaron. He estado pululando por la corte, he comentado mis conocimientos sobre la vida en la Ciudad Imperial, me he hecho agujeros en las orejas, he asistiendo a paseos y he comido y bebido todo lo que me ofrecían. Me atrevería a decir que he cogido uno o dos kilos. El mensaje que hemos transmitido ha quedado claro: nuestra reunión es por su bien y no por el nuestro”.

 

“Nuestro plan funcionó”, añadió Basth. “Cuando le comenté a su ministro que nuestro representante imperial había llegado y que, finalmente, estábamos dispuestos a reunirnos con el silvenar esta mañana, nos ordenaron que te trajéramos enseguida”.

 

“¿Entonces no llegamos tarde?”, preguntó Scotti.

 

“Muy tarde”, rio Juro. “Sin embargo, de nuevo forma parte del enfoque que tratamos de darle: desinterés benevolente. Recuerda que no has de confundir al silvenar con la nobleza convencional. Él es la mente del pueblo llano. Cuando lo comprendas, entenderás cómo hay que manipularlo”.

 

Juro se pasó los últimos minutos del paseo por la ciudad exponiendo sus teorías sobre qué necesitaba Bosque Valen, cuánto y a qué precio. Las cifras eran asombrosas, había mucho más que construir y los costes eran mucho más altos que con los que estaba acostumbrado a negociar Scotti. Escuchó atentamente. A su alrededor, la ciudad de Silvenar se les presentaba con cristales y flores, vientos crepitantes y bella inercia. Cuando llegaron al palacio del silvenar, Decumo Scotti se paró atónito. Juro le miró durante un instante y después se rio.

 

“Es un poco raro, ¿verdad?”

 

Sí que lo era. Una helada explosión escarlata de agujas retorcidas e irregulares rivalizaba con el sol naciente. Una flor del tamaño de una aldea, donde los cortesanos y sirvientes parecían más bien insectos que caminaban por ella para absorber el fluido de los dioses. Tras entrar por un puente inclinado similar a un pétalo, los tres recorrieron el palacio de desequilibrados muros. Donde los tabiques se curvaban acercándose hasta tocarse, se formaba una sala sombría o una pequeña habitación, y donde se separaban, se abría un patio. No había puertas en ningún sitio, por lo que, para visitar al silvenar, era imprescindible cruzar toda la espiral del palacio, atravesando salas de reuniones, dormitorios y comedores y pasando por delante de dignatarios, consortes, músicos y muchos guardias.

 

“Es un palacio interesante”, dijo Basth, “aunque no es demasiado íntimo. Por supuesto, concuerda con el carácter del propio silvenar”.

 

Cuando llegaron a los pasillos interiores, dos horas después de haber entrado en el palacio, unos guardias que blandían espadas y arcos les frenaron.

 

“El silvenar nos ha concedido una audiencia”, afirmó Juro pacientemente. “Este es lord Decumo Scotti, el representante imperial”.

 

Uno de los guardias desapareció por el sinuoso pasillo para volver, un momento después, acompañado por un bosmer alto y orgulloso vestido con una túnica suelta de retazos de cuero. Era el ministro de comercio: “El silvenar desea hablar a solas con lord Decumo Scotti”.

 

No era el momento de discutir ni de mostrarse temeroso, así que Scotti se puso a andar sin ni siquiera mirar a Juro y Basth. Estaba seguro de que estarían mostrando sus máscaras de desinterés benevolente. Mientras seguía al ministro a la sala de audiencias, Scotti repasó mentalmente los hechos y cifras que Juro le había presentado. Trató de recordar el enfoque y la imagen que debía proyectar.

 

La sala de audiencias del silvenar era una enorme cúpula donde las paredes se inclinaban hacia el interior desde la base en forma de cuenco hasta casi encontrarse en la parte superior. Un fino rayo de sol se filtraba a través de una fisura varios metros más arriba, posándose directamente sobre el silvenar, que se encontraba de pie sobre una nube de brillante polvo gris. En comparación con las maravillas de la cuidad y del palacio, el silvenar en sí tenía una apariencia bastante corriente. Era un elfo del bosque francamente normal, no muy atractivo y de aspecto algo cansado, del tipo que se puede encontrar en cualquier capitolio del Imperio. Tan solo cuando bajó de su estrado, Scotti se percató de una excentricidad que formaba parte de su apariencia: Era muy bajo de estatura.

 

“Tenía que hablar contigo a solas”, dijo el silvenar con una voz común y escasamente refinada. “¿Puedo ver tus papeles?”

 

Scotti le tendió los contratos en blanco de la Comisión de Obras de lord Vanech. El silvenar los estudió, pasando el dedo sobre el relieve del sello del emperador antes de devolvérselos. De repente, parecía tímido y tenía la mirada fija en el suelo. “En mi corte hay muchos charlatanes que pretenden beneficiarse de las guerras. Pensé que tú y tus colegas eráis como ellos, pero estos contratos son originales”.

 

“Sí que lo son”, respondió Scotti tranquilo. El aspecto convencional del silvenar le daba confianza a Scotti a la hora de hablar. No utilizó saludos formales, ni fórmulas de respeto, tal y como le recomendó Juro: “Lo más práctico sería comenzar a hablar directamente de los caminos que deben reconstruirse y, después, de los puertos que los altmer han destruido. Para terminar, puedo comentarte mis cálculos de los costes relativos al suministro y renovación de las rutas comerciales”.

 

“¿Por qué no estimó conveniente el emperador enviar a un representante cuando estalló la guerra con Elsweyr hace dos años?”, preguntó el silvenar con abatimiento.

 

Antes de responder, Scotti pensó durante un momento en todos aquellos bosmer corrientes que había conocido en Bosque Valen: los codiciosos y asustadizos mercenarios que le habían escoltado desde la frontera, aquellos que se regodeaban bebiendo en exceso; los expertos arqueros exterminadores de plagas del cruce occidental en Falinesti; la cotilla y anciana Mamá Pascost de Caída Havel; el capitán Balfix, el pobre pirata tristemente reformado; los aterrados aunque esperanzados refugiados de Athay y Grenos; el loco homicida que se comía a sí mismo, el cazador salvaje de Vindisi; los silenciosos y severos marineros contratados por Gryf Mallon; el degenerado y codicioso Basth. Si una única criatura representara su disposición general y la de muchos más a lo largo de toda la provincia, ¿cuál sería su personalidad? Scotti era un secretario por ocupación y por naturaleza, se sentía instintivamente cómodo catalogando y archivando, haciendo que las cosas encajaran en el sistema. ¿Si tuviera que archivar el alma de Bosque Valen, dónde la pondría?

 

La respuesta se le ocurrió casi antes de que se hiciera a sí mismo la pregunta. Negativa.

 

“Me temo que la pregunta no es de mi interés”, afirmó Scotti. “Ahora, ¿podemos volver al negocio que tenemos entre manos?”

 

Durante toda la tarde, Scotti y el silvenar discutieron sobre las apremiantes necesidades de Bosque Valen. Se rellenaron y firmaron todos los contratos. Como la necesidad era muy grande y había una infinidad de costes asociados, en los márgenes de los documentos se garabatearon apéndices y codicilos que tuvieron que volverse a firmar. Scotti mantuvo su desinterés benevolente, aunque se dio cuenta que negociar con el silvenar no era lo mismo que tratar con un niño simple y hosco. El portavoz del pueblo conocía perfectamente ciertos aspectos prácticos de la vida diaria: los rendimientos del pescado, los beneficios del comercio y el estado de cada bosque y municipio de su provincia.

 

“Daremos un banquete mañana por la noche para celebrar este acuerdo”, dijo finalmente el silvenar.

 

“Mejor hacerlo esta noche”, respondió Scotti. “Debemos partir mañana para Cyrodiil con los contratos, por lo que necesitaré un salvoconducto para pasar la frontera. Lo mejor es que no perdamos más tiempo”.

 

“De acuerdo”, respondió el silvenar y llamó al ministro de comercio para que pusiera su sello en los contratos y preparara el festín.

 

Scotti abandonó la sala y fue recibido por Basth y Juro. Sus caras reflejaban la tensión de haber tenido que mantener la apariencia de desinterés durante demasiadas horas. Tan pronto como quedaron fuera de la vista de los guardias, le rogaron a Scotti que les contara todo. Cuando les enseñó los contratos, Basth comenzó a llorar de alegría.

 

“¿Te ha sorprendido alguna cosa del silvenar?”, preguntó Juro.

 

“No esperaba que midiera la mitad que yo”.

 

“¿Ah, sí?”, dijo Juro medio sorprendido. “Ha debido de encoger desde que traté de mantener una audiencia con él hace tiempo. Puede que haya algo de cierto en esas tonterías de que le afectan las dificultades de su pueblo”.

 

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