Guía The Elder Scrolls V: Skyrim

Libros de habilidades

Misterio de Talara, vol. 2

 

 

-Habilidad: Restauración

-Peso: 1

-Valor: 55

-Código: 0001B018

 

Se puede encontrar en las siguientes localizaciones.

 

Lugar 1

 

Faro del Flujo Helado

 

En el Faro del Flujo Helado, al Sureste de Lucero del Alba.

 

Lugar 2

 

Ustengrav

 

En Ustengrav (Noreste de Morthal), en una estantería de piedra cerca de donde están todas las urnas.

 

eliteguias

 

No sentía nada, la oscuridad envolvía su cuerpo y su mente. Su pierna sucumbió al dolor y, con esa sensación, le invadió el frío. Abrió los ojos y vio que se estaba ahogando.

 

Su pierna izquierda no se movía, pero usando la derecha y los brazos, se dirigió hacia las lunas que tenía encima. El camino era largo, y tenía que atravesar corrientes y remolinos que la arrastraban hacia el fondo. Al final logró emerger a la superficie y respiró el frío aire de la noche. Aún estaba cerca de la orilla rocosa de la ciudad capitolio del reino de Camlorn, pero el agua la había llevado bastante lejos del punto en el que había caído, en la roca de Cavilstyr.

 

No se había caído, pensó corrigiéndose a sí misma. La habían empujado.

 

Se dejó llevar a la deriva corriente abajo. Allí, las paredes del pronunciado acantilado reducían su pendiente hasta estar cerca del borde del agua. La silueta de una gran casa se dibujó más adelante y, al acercarse, pudo ver humo saliendo de la chimenea y el parpadeo de la luz de un fuego. Sentía un gran dolor en la pierna, pero el frío del agua era aún más intenso. La motivación para comenzar a nadar de nuevo fue la imagen del fuego cálido de una chimenea.

 

Intentó ponerse de pie en la orilla, pero se dio cuenta de que no podía. Sus lágrimas se mezclaron con el agua marina mientras comenzaba a arrastrarse por la arena y las rocas. La tela blanca que había sido su vestido en el Festival de las Flores estaba hecha jirones y le pesaba como el plomo. A punto de quedar exhausta, se desplomó y comenzó a sollozar.

 

“¡Por favor!”, gritó. “¡Si alguien me oye, que me ayude, por favor!”

 

Poco después se abrió la puerta de la casa y salió una mujer. Era Ramke, la anciana que había conocido en el Festival de las Flores. La que había comenzado a gritar “¡Es ella!”, antes incluso de que ella misma supiese quién era. En cambio, cuando la anciana se acercó, esta vez no había ni una pizca de reconocimiento en sus ojos.

 

“¡Por Sethiete! ¿Estás herida?”, susurró Ramke mientras la ayudaba a levantarse, poniendo su cuerpo a modo de muleta. “Yo ya he visto este vestido antes. ¿Eras una de las bailarinas del Festival de las Flores de esta noche? Estuve allí con lady Jyllia Raze, la hija del rey”.

 

“Lo sé, ella nos presentó”, gimió. “¿Yo era Gyna de Salto de la Daga?”

 

“Claro, sabía que me resultabas familiar”, dijo la anciana riéndose entre dientes mientras llevaba a la joven poco a poco a través de la playa hacia la puerta principal. “Mi memoria ya no es tan buena como solía serlo. Vamos junto al fuego para calentarte y veamos esa pierna”.

 

Ramke cogió los harapos empapados de Gyna y la cubrió con una manta mientras se sentaba frente al fuego. En cuanto la abandonó esa sensación del frío del agua y se le pasó el entumecimiento, comenzó a sentir la agonía del dolor en la pierna. Hasta entonces no se había atrevido a mirarla. Cuando lo hizo, sintió cómo el vómito le subía por la garganta al ver el profundo corte y la carne hinchada y blanca como el pescado. La espesa sangre arterial salía a borbotones y se extendía por el suelo en forma de pequeños riachuelos.

 

“Madre mía”, dijo la anciana acercándose al fuego. “Eso debe de escocer muchísimo. Tienes suerte de que aún recuerde algunos viejos hechizos de curación”.

 

Ramke se sentó en el suelo y colocó las manos haciendo presión a ambos lados de la herida. Gyna sintió un estallido de dolor y luego un ligero pellizco frío y un picor. Cuando miró hacia abajo, Ramke estaba deslizando sus arrugadas manos una contra otra, lentamente. Al acercarse, la lesión comenzó a curarse ante sus ojos, la carne se unía y las contusiones desaparecían.

 

“Por la dulce Kynareth”, dijo Gyna con un grito ahogado. “Me has salvado la vida”.

 

“Y no solo eso, ahora no tendrás una fea cicatriz en tu bonita pierna”, dijo Ramke riéndose entre dientes. “Tuve que usar ese hechizo tantas veces cuando lady Jyllia era pequeña... Yo era su niñera, ¿sabes?”

 

“Lo sé”, dijo Gyna con una sonrisa. “Pero eso fue hace mucho tiempo y aún así te acuerdas del hechizo”.

 

“Bueno, cuando aprendes algo, incluso la escuela de restauración, siempre hay que estudiar mucho y se cometen muchos errores, pero cuando eres tan vieja como yo, no es necesario recordar nada. Simplemente lo sabes. Después de todo, debo de haber lanzado ese hechizo unas mil veces. La pequeña Jyllia y la princesita Talara se cortaban y golpeaban a menudo. Nada de extrañar, viendo cómo escalaban y jugaban por todo el palacio”.

 

Gyna suspiró. “Tuviste que querer mucho a lady Jyllia”.

 

“Aún la quiero”, dijo Ramke con una gran sonrisa. “Pero ahora ha crecido y las cosas son diferentes. No lo había notado antes porque estabas toda mojada, pero te pareces mucho a mi señora, ¿sabes? ¿Acaso lo mencioné ya cuando nos conocimos en el Festival?”

 

“Sí lo hizo”, dijo Gyna. “O más bien creo que pensaste que me parecía a la princesa Talara”.

 

“Oh, sería tan maravilloso que fueses la princesa”, dijo la anciana con un grito ahogado. “¿Sabes? Cuando la antigua familia real fue asesinada, y aunque nunca se encontró el cuerpo, todo el mundo dijo que también habían asesinado a la princesa; creo que la verdadera víctima fue lady Jyllia. Su corazoncito se rompió en mil pedazos y, por un tiempo, pensé que su mente también”.

 

“¿A qué te refieres?”, preguntó Gyna. “¿Qué pasó?”

 

“No sé si debería contarle esto a una extraña, pero en realidad todo el mundo lo sabe en Camlorn y la verdad es que me siento como si te conociera”. Ramke luchaba con su conciencia, pero al fin lo dijo. “Jyllia vio el asesinato, ¿sabes? Yo la encontré poco después, escondida en aquella sala del trono cubierta de sangre, y estaba como una pequeña muñeca rota. No hablaba, no comía. Probé todos mis hechizos de curación, pero estaba más allá de mi poder. Era mucho más que una herida en la rodilla. Su padre, que entonces era el duque de Oloine, la envió a un sanatorio en el campo para que se recuperase”.

 

“Pobre chiquilla”, lloró Gyna.

 

“Tardó años en volver a ser ella misma”, dijo Ramke asintiendo con la cabeza. “En realidad nunca se recuperó del todo. ¿Sabes por qué su padre, cuando se convirtió en rey, no la designó su heredera? Pensaba que aún no estaba bien del todo y, en cierto modo, por mucho que yo lo niegue, hace bien al pensarlo. No se acordaba de nada, absolutamente de nada”.

 

“¿Crees...?”, dijo Gyna midiendo sus palabras con cuidado. “¿Crees que se sentiría mejor si supiese que su prima, la princesa Talara, está viva y bien?

 

Ramke pensó en ello. “Creo que sí. Pero a lo mejor no. A veces es mejor no esperar nada”.

 

Gyna se levantó y se dio cuenta de que su pierna era tan fuerte como parecía. El vestido se había secado, y Ramke le entregó una capa, insistiendo en que se protegiera del frío aire de la noche. Ya en la puerta, Gyna besó la mejilla de la señora y le dio las gracias. No solo por el hechizo de curación y por la capa, sino por todas las cosas amables que había hecho en su vida.

 

La carretera próxima a la casa iba al norte y al sur. Por la izquierda se iba de vuelta a Camlorn, donde estaban los secretos que solo ella podía desvelar. El camino hacia el sur llevaba a Salto de la Daga, que había sido su hogar durante más de veinte años. Podía regresar allí, de vuelta a su profesión en las calles. Consideró ambas opciones durante unos segundos y luego tomó una decisión.

 

No había caminado mucho cuando, de repente, la adelantaron ocho caballos montados y un carruaje negro tirado por tres caballos marcados con el sello imperial. Antes de rodear el paso de madera que tenía delante, la comitiva se paró. Reconoció a uno de los soldados: era Gnorbooth, el sirviente de lord Strale. La puerta se abrió y el mismísimo lord Strale, el embajador del emperador, el hombre que la había contratado para entretener a la corte, salió del carruaje.

 

“¡Tú!”, exclamó frunciendo el ceño. “Eres una de las prostitutas, ¿no? ¿No eres la que desapareció durante el Festival de las Flores? Eres Gyna, ¿cierto?”

 

“Todo cierto”, dijo Gyna sonriendo agriamente. “Excepto mi nombre, que he descubierto que no es Gyna”.

 

“No me importa tu nombre”, dijo el señor Strale. “¿Qué estás haciendo por la carretera del sur? Yo he pagado para que te quedases e hicieses feliz al reino”.

 

“Si volviese a Camlorn, habría muchos que no se alegrarían nada de verme.”

 

“Explícate”, dijo lord Strale.

 

Y así lo hizo. Y él escuchó atentamente.

 

eliteguias