Guía The Elder Scrolls V: Skyrim

Libros de habilidades

El cántico de Hrormir

 

 

-Habilidad: A dos manos

-Peso: 1

-Valor: 50

-Código: 0001AFDB

 

Se puede encontrar en las siguientes localizaciones.

 

Lugar 1

 

Prisión abandonada

 

En un almacén lleno de libros y un cofre con cerradura de muy alto nivel dentro de la Prisión abandonada, al Suroeste de Ventalia.

 

Lugar 2

 

Dentro de la Casa de Jala, en Soledad.

 

Lugar 3

 

Narzulbur

 

En la Casa comunal de Mauhulakh, en Narzulbur (al Sureste de Ventalia).

 

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Hrormir,

hijo de Hrorgar,

llamado fue a la corte de Vjindak,

hijo de Vjinmore y rey de Nieve Eterna.

“Poderoso hechicero y mago,

que vayas a Aelfendor te encargo,

antediluvianos guerreros amenazan mis terrenos

y traen a sus primos demonios

a aterrorizar a mis gentes y sus patrimonios.

Hrormir,

hijo de Hrorgar,

oyó las palabras de Vjindak Nieve Eterna.

“Por el bastón de hielo

que sería un honor ayudar,

pero tengo una empresa primero:

doce jarras de aguamiel tragar

y después al catre con varias mozas del lugar.

Así pues tal oferta

me temo que debo declinar.”

Al rey no le hizo gracia

ni Hrormir ni su respuesta.

“Por tu honor, a prestar ayuda

a mi causa te obligo,

que empuñes la espada de tu amigo,

el bueno de Darfang

quién lo intentó y no fue capaz.”

Hrormir dijo a carcajadas:

“Ahora eres tú el de las chanzas.

Pues Darfang no sabe lo que es perder.

No encontrarás mejor espadachín.

Si algo le encargasteis, lo terminaría bien.”

“Yo no dije que cayera, pero de bando cambió,

y ahora lucha con los reyes de Aelfendor,

y de esta forma ha deshonrado tu amigo

tanto a ti como a sí mismo.”



Hrormir no daba crédito,

pero sabía que Nieve Eterna

no podía estar mintiendo.

Durante veintitrés días cabalgó

hacia las tierras de la noche y del reino del terror,

donde los campesinos prenden velas

sabiendo que el demonio espera

a tan solo unos pasos de su resplandor

en el reino de los tres reyes oscuros:

el temido Aelfendor.

Elevando su antorcha Hrormir

atravesó campos embrujados

y pueblos atemorizados

hasta cruzar el negro portón

del negro castillo de Aelfendor.

Al ver acercarse a Hrormir

los Tres Oscuros rieron con maldad

y llamaron a su paladín,

el Cuchilla Darfang.

“¡Eh, compañero!”,

gritó Hrormir en el Salón de la Noche.

“¿Sabes? No creo lo que veo,

o pensaría que te has vuelto traicionero

uniéndote a las fuerzas del mal

y dando la espalda al honor

y a nuestra firme hermandad.”



“¡Hrormir!”

Darfang entonó con voz fuerte:

“¡Si no te vas ya de aquí

yo mismo te daré muerte!”

Hrormir preparado para la batalla estaba

y el eco de sus armas en la sala retumbaba:

la espada de Darfang

y el bastón de Hrormir

no cejaban de blandir.

Guerrero y mago aguerridos

otrora compañeros y ahora enemigos

sacudieron al mundo con un fragor desmedido.

De haber un sol por el que regirse,

todo un año habrían luchado,

y cualquiera de los dos,

ya fuera Hrormir o Darfang,

fácilmente habría ganado.

Hrormir notó, sin embargo, que la oscuridad

lágrimas en sus ojos escondía

y al ver la sombra que desprendía

comprobó que era un engaño.

Con el bastón de hielo asestó un golpe fatal

a la sombra de Darfang, que gritó con frialdad:

“¡Detente, mortal!”



La sombra se convirtió en deforme bruja,

encorvada bajo su manto y su capucha,

que con voz sibilante dijo:

“Escucha, mortal Hrormir:

el alma de tu paladín

es mi juguete ahora,

aunque, si quieres, un trueque te ofrezco,

ya que tienes brazos fornidos

y una mente poderosa

que a mis hijos reyes oscuros

bien les vendrían sin demora.”

Hrormir el valiente, sin dudarlo un instante,

dijo atrevidamente:

“Libera a Darfang, hechicera sombría,

Y podrás usarme a tu voluntad.”

La bruja rio y soltó a Darfang.

“Para salvar su honor el tuyo has perdido,

y en paladín de los reyes

te has convertido;

reyes oscuros que mis herederos serán

a dividir Aelfendor me vas a ayudar,

y ámame también

porque tu dueña soy.”



Al ver cómo su querido amigo

el honor por su culpa perdía,

clavarse en su corazón

el noble Darfang la daga pretendía.

Pero Hrormir detuvo su mano y al oído le susurró:

“No lo hagas, buen compañero,

y espérame en la posada del pueblo.”

Darfang el Cuchilla el castillo abandonaba,

mientras, Hrormir la atrofiada garra cogía

y a sus labios la llevaba.

“Oscura bruja, aquí mismo me comprometo

a honrar tus siniestras palabras

y dar la espalda a la verdad

para la ambición de los reyes lograr.

Dividiré su legado justamente

y te amaré eternamente,

pensando que eres la más bella.”

A los aposentos del corazón de la noche

Hrormir y la hechicera se retiraron.

Sus agrietados labios besó

y sus senos caídos y arrugados.

Durante trece días y trece noches

Hrormir y su bastón de hielo

con esta misión cumplieron.



Y sucedió entonces que la dulce Kynareth

trajo sus vientos a las colinas y claros de Aelfendor,

Las caricias de la cálida Dibella

las flores hizo brotar

hasta Aelfendor convertir en un jardín sin igual

que embriagaba los sentidos.

Los asustados sirvientes de los Reyes Oscuros

descubrieron que ya nada había que temer.

De las calles del pueblo, otrora lóbregas,

gritos de júbilo se oyeron también.

En la posada del pueblo

Hrormir y Darfang se abrazaron y bebieron

una jarra de rica aguamiel

La sombría bruja sonreía

durmiendo plácida en su mullida cama

hasta que el sol matutino su desnuda cara bañó.

Entonces despertó y todo entendió.

Cuando se supo descubierta,

desgañitada gritó:

“¡Hombre mortal!



La noche cayó sobre tierras y foresta

mientras volaba hacia la posada

y extendía sombras siniestras.

Los que celebraban pudieron ver

su ira reflejada

en su monstruosa cara

y se encogieron de terror.

La bruja había dicho que el reino

a partes iguales debía dividirse

y, sin embargo, Aelfendor entero permanecía.

Sus herederos, en cambio, descuartizados yacían,

y hechos cachitos, divididos.

Hrormir lo veía realmente divertido,

pero su sonrisa ocultó,

mientras bebía,

puesto que nadie debe reírse

de Nocturnal, esa daédrica señoría.

Sin su velo de noche sombría,

su horrenda cara forzó a las mismísimas lunas

a esconderse.

El gran Hrormir no se acobardaba.

“¿Dónde está la capucha, escurridiza arpía?”

“Un hombre mortal me la arrebató mientras dormía.

Cuando desperté, mi cara descubierta estaba,

mi reino lleno de luz brillaba

y mis oscuros herederos en pedacitos se hallaban.

Y he aquí que mi paladín sonríe.

Aunque bien cumpliste la promesa

dando la espalda a la verdad aviesa.”



Hrormir,

hijo de Hrorgar,

a su reina bruja hizo una reverencia.

“Y seguirá siendo así.

Mientras me quede, de esta forma te he de servir.”

“Una mente inteligente

no es grata en un paladín.”

La bruja liberó el alma de Hrormir

y él presto le entregó su ansiada capucha.

Y así en la luz de la más negra oscuridad,

la arpía abandonó Aelfendor

para nunca más regresar.

Tras beber doce jarras de aguamiel

y retozar con cuatro mozas más de una vez,

a Nieve Eterna regresó Darfang

junto a Hrormir,

hijo de Hrorgar.

 

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