Guía The Elder Scrolls V: Skyrim
Libros de habilidades
El defensor de la retaguardia
-Habilidad: Armadura ligera
-Peso: 1
-Valor: 50
-Código: 0001B000
Se puede encontrar en las siguientes localizaciones.
Lugar 1
En el Castillo Severo de Soledad, escaleras abajo.
Lugar 2
En el Refugio de Sombra Errática, al Sureste de Lucero del Alba. En la sala antes del túnel helado.
El castillo aguantaría. Independientemente de los ejércitos, los muros de la mansión de Cascabel no caerían, ese era el pequeño consuelo de Menegur. Estaba hambriento. De hecho, nunca había estado tan hambriento. El pozo del atrio de la fortaleza le abastecía con agua suficiente como para aguantar hasta la Cuarta Era, pero el estómago de Menegur le recordaba minuto a minuto que necesitaba comida.
Lo habían engañado con el carro de provisiones. Cuando su ejército y las fuerzas del rey de Soledad abandonaron la mansión de Cascabel y él se colocó en las almenas cubriéndoles la retaguardia y protegiendo su retirada, le dejaron un carro de provisiones con suficiente comida para meses. Hasta la noche siguiente a su partida no inspeccionó la despensa, y entonces vio que no había nada comestible en el carro. Todos y cada uno de los baúles estaban llenos de armaduras de cuero de netch de la incursión del ejército en Morrowind. Al parecer, sus confederados nórdicos pensaron que aquel material ligeramente opaco estaba hecho de galleta con gelatina. Si los dunmer a quienes robaron la caravana se enterasen, no podrían parar de reírse.
Menegur pensó que su compañera mercenaria Aerin, familiar suyo, también se habría reído. Como era experta en este tipo de armadura ligera, había hablado con gran autoridad acerca del cuero de netch, aunque hizo un inciso para mencionar que estas armaduras no se podían comer como otros tipos de cuero en caso de apuro. Era una pena que no estuviera allí para disfrutar de esta situación tan irónica, pensó Menegur con rabia. Había vuelto a Morrowind incluso antes de que el ejército real lo hubiera hecho, prefiriendo una vida de fugitiva a una existencia libre en el frío Skyrim.
El guardia de la mansión de Cascabel había devorado toda la hierba del patio al decimosexto día. Había registrado el castillo al completo: encontró un montón de tubérculos podridos y se los comió, se alimentó también con un polvoriento ramillete de flores del dormitorio de la condesa, y persiguió y engulló prácticamente todas las ratas e insectos, a excepción de los más astutos, que infestaban los muros del castillo. Los aposentos de los habitantes del castillo, repletos de amargos libros jurídicos incomestibles, aportaron unas migajas de pan. Menegur incluso había arañado el moho de las piedras. Era innegable: moriría de hambre antes de que su ejército volviera para romper las filas de los enemigos que rodeaban la fortaleza.
“Lo peor de todo”, se dijo Menegur, que había empezado a hablar consigo mismo el segundo día que pasó solo en el castillo, “es lo cerca que está el sustento.”
Una amplia arboleda repleta de manzanas doradas se extendía acre tras acre cerca de los muros del castillo. La luz del sol proyectaba un brillo seductor sobre la fruta, y el cruel viento trasportaba los dulces olores hasta Cascabel para torturarlo.
Al igual que la mayoría de los bosmer, Menegur era arquero. Era un maestro en la lucha a larga y media distancia, pero sabía que no duraría demasiado en una lucha cuerpo a cuerpo como la que afrontaría si salía del castillo y entraba en el campamento enemigo de la arboleda. En algún momento tendría que intentarlo, aunque había estado temiendo que llegara ese día. Y por fin lo había hecho.
Menegur se puso la armadura de netch por primera vez y sintió la empolvada textura, similar al terciopelo, del cuero sobre su piel. Además, percibió una ligera vibración, que reconoció como los restos de los nematocitos de la venenosa carne del netch que todavía hormigueaban meses después de su muerte con el veneno diluido. La combinación le transmitió cierta vitalidad. Aerin había descrito la sensación perfectamente cuando le explicó cómo defenderse con una armadura de cuero de netch puesta.
Cuando cayó la noche, Menegur salió sin hacer ruido por la puerta trasera del castillo, que cerró tras él con una llave bastante voluminosa. Se aproximó a la arboleda tan sigilosamente como pudo, pero un centinela de paso que salió de detrás de un árbol lo vio. Menegur mantuvo la calma e hizo lo que le había recomendado Aerin: no moverse hasta que lo atacasen. La espada del centinela se deslizó por la armadura y golpeó hacia la izquierda, haciendo que el hombre se desequilibrara. Ese es el truco que había aprendido: tienes que estar preparado para el golpe y simplemente moverte cuando te ataquen para que la armadura membranosa desvíe el daño.
“Utiliza la velocidad de tu enemigo contra él”, se dijo, recordando lo que Aerin solía aconsejar.
Lo atacaron varias veces más en la arboleda, pero cada hachazo y cada golpe de espada acababan desviándose a alguna otra parte. Con las manos llenas de manzanas, Menegur volvió al castillo. Cerró con llave la puerta trasera tras él y se dispuso a disfrutar de su orgía alimenticia.
Semana tras semana, el bosmer salía a robar comida. Los guardias comenzaron a anticiparse a sus asaltos, pero él preparaba escapadas a intervalos irregulares y siempre recordaba que debía esperar a que lo golpearan, recibir el ataque y después devolverlo. De esa forma, vivió y sobrevivió a su solitaria vigilia en la mansión de Cascabel.
Cuatro meses después, cuando se estaba preparando para un nuevo saqueo de manzanas, Menegur oyó un fuerte clamor en la puerta principal. Al estudiar al grupo desde una distancia segura tras las almenas, vio los escudos del rey de Soledad, su aliado el conde de Cascabel y su enemigo el rey de Farrun. Obviamente, habían firmado una tregua.
Menegur abrió las puertas y los ejércitos inundaron el patio. Muchos de los caballeros de Farrun fueron a estrechar la mano al hombre al que habían denominado la “sombra de la arboleda”, expresándole su admiración ante sus habilidades defensivas y disculpándose con buena voluntad por sus intentos de asesinarlo. Tan solo hacían su trabajo.
“Casi no queda ni una manzana en los árboles”, dijo el rey de Soledad.
“Bueno, empecé por los árboles situados más al exterior y me fui abriendo camino”, explicó Menegur. “Recogí fruta de más para que las ratas salieran de los muros y así conseguir también algo de carne”.
“Hemos pasado los últimos meses acordando los detalles de la tregua”, dijo el rey. “Ha sido bastante pesado. En cualquier caso, el conde ahora recuperará la posesión de su castillo, pero hay un pequeño detalle que tenemos que aclarar. Como eres un mercenario, debes asumir tus propios gastos. Si hubieras sido uno de mis súbditos, las cosas serían diferentes, pero existen leyes que debemos respetar”.
Menegur se preparó para el golpe.
“El problema es”, continuó el rey, “que te has hecho con una buena parte de la cosecha del conde mientras estabas aquí. Echando cálculos de forma razonable, te has comido la suma equivalente a tu salario de mercenario, o quizás un poco más. Obviamente, no quiero penalizarte por el trabajo tan estupendo que has hecho defendiendo el castillo en unas circunstancias tan incómodas, aunque supongo que estarás de acuerdo conmigo en que es importante respetar las antiguas leyes, ¿verdad?”
“Por supuesto”, respondió Menegur, aceptando el golpe.
“Me alegra escuchar eso”, dijo el rey. “Según nuestras estimaciones, le debes al conde de Cascabel treinta y siete monedas de oro imperiales”.
“Que con gusto me cobraré, con intereses, tras la cosecha de otoño”, añadió Menegur. “Queda más en la arboleda de lo que parece”.
Los reyes de Soledad y Farrun y el conde de Cascabel miraron al bosmer.
“Estoy de acuerdo en que hay que respetar estrictamente las leyes antiguas. He dispuesto de mucho tiempo para leer bastantes libros mientras firmabais la tregua. En el año 246 de la Tercera Era, durante el reinado de Uriel IV, el consejo imperial intentó regular los derechos de propiedad en Skyrim durante aquella época tan caótica y decretó que cualquier hombre que no dependiera de un señor feudal y que hubiera ocupado un castillo durante más de tres meses gozaría de los derechos y los títulos de esa propiedad. Evidentemente, es una ley justa que pretendía disuadir a los terratenientes ausentes o a los extranjeros”, sonrió Menegur, mientras sentía la sensación ya tan familiar de ver cómo el golpe se desviaba. “Según el dictado de la ley, yo soy el conde de Cascabel”.
El hijo de este guardia todavía ostenta el título de conde de Cascabel. Cultiva las mejores manzanas del Imperio, las más deliciosas.