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Glifos escaneados

(5) La Conquista

 

 

Guía de la Conquista

Por Aram, hombre de mundo

 

Con frecuencia, abro de par en par las ventanas de mi villa no solo para disfrutar de los olores y las vistas de la ciudad, sino también para oír las dudas de la Calle. Con la misma frecuencia, oigo preguntar en voz alta: ¿Qué hay de estos forasteros, estos Oseram, que de repente se han convertido en nuestros aliados e incluso en nuestros vecinos? ¿Por qué comen y discuten como nosotros? ¿Y a qué viene su embriagador aroma? ¿Por qué beben sin cesar?

 

Al igual que un rayo de Sol en medio de la oscuridad, lo mejor es ir directamente a la raíz. Así, para satisfacer a los más curiosos, me las ingenié para unirme a una caravana de mercaderes con destino a la Conquista, o al menos a la aldea más próxima más allá de la Barrera.

 

La Conquista. Un lugar silencioso donde el humo de los fuegos flota pesadamente en el aire entre altos y delgados árboles. Allí donde los Oseram no han excavado en su incesante búsqueda de metal, el terreno está cubierto de escarcha, y debajo de ella, más escarcha aún, hasta llegar al suelo pedregoso. Pero lo peor de todo es el hollín. El hollín que todo lo impregna. Aunque iba ataviado con mis sedas de viaje más resistentes, me fue imposible mantenerlas limpias. Al reparar en mi incomodidad, algunas lavanderas Oseram me ofrecieron sus servicios, que decliné tras reparar en el color del agua de sus tinas.

 

Ciertamente, el cuidado por la limpieza no es una de las virtudes de los Oseram. A pesar de los muros de protección de pizarra amontonada en torno a las cabañas de piedra, la aldea me pareció demasiado expuesta a los elementos de la Conquista, entre los cuales predominan una lluvia fría y oleosa y la escarcha. Pese a ello, las hogueras ardían y crepitaban, y el ambiente era bullicioso y animado... semejante al que uno encontraría en un recinto exterior para el ganado, por ejemplo (lo que he de soportar para llevar la luz del conocimiento a los miembros de mi tribu).

 

Los Oseram no tienen reyes ni sacerdotes y escupen ante la mera mención de esos títulos, pero respetan el consejo de sus sabios, los “ediles” de la aldea. Parece que cada asentamiento elige a sus sabios con el propósito de debatir hasta la saciedad. Desde el amanecer hasta bien entrada la noche, se gritan unos a otros mientras discuten sobre política o impuestos. A la mañana siguiente, se habrá formado una fila de aldeanos deseosos de tener el privilegio de debatir con ellos.

 

Me uní a dicha fila durante varias horas mientras los críos chillaban, los pájaros graznaban y el martilleo -el odioso e incesante martilleo- resonaba sobre el heno pisoteado y los surcos de los carros inundados por la lluvia. Finalmente, me permitieron reunirme con tres ediles y formularles mi pregunta. Les pregunté su opinión sobre la paz entre nuestras tribus y la oferta de acogida en Meridian hecha por el Rey Sol Avad.

 

Lectores míos, he dicho que les pregunté, pero la cuestión no era tan sencilla, y los Oseram me lanzaron una sarta de insultos antes incluso de que terminara de pronunciar mis palabras. Me gritaron y me sometieron a toda una serie de improperios incoherentes, y solo cuando alcé la voz para replicar -una experiencia de lo más estimulante- recibí una respuesta a regañadientes.

 

Sus opiniones son, como poco, confusas y variadas, y no ensuciaré este pergamino trascribiendo las palabras empleadas para expresarlas. Basta con decir que son conscientes de las ventajas del comercio libre entre nuestras tribus y que, de hecho, han prosperado gracias a él tras muchos años de guerra. No obstante, parece que son pocos los comerciantes Oseram fuera de la Conquista que pagan sus impuestos o regresan a su hogar. Los ediles creen que se dejan seducir por una forma de vida “descaradamente Carja”. Una frase que recalcan escupiendo al suelo.

 

Como respuesta, sugerí que su desconfianza y temor a una forma de vida civilizada eran típicos de los Oseram (no tuve agallas para escupir bajo techo). Esto provocó una gran conmoción, tras la cual mis anfitriones me llevaron en volandas fuera del edificio y me depositaron en medio de una celebración de mayoría de edad... no en honor de un joven, sino de alguna clase de artefacto nuevo.

 

Me desperté en un carro, entrando en Risco Inclinado. Tenía la voz ronca, los brazos me dolían de participar en incontables peleas de lucha libre y tenía un sabor a alcohol en la boca que recordaba al aceite para máquinas. La cabeza me dolía como si me hubieran partido el cráneo en dos. Había arriesgado demasiado la vida para hallar una respuesta: ¿hay algo más en el carácter Oseram aparte de pelear, beber y vociferar?

 

En pocas palabras, mi querido lector, la respuesta es no. Pero esperemos que los temores de los ediles sean fundados y que, con el tiempo, la luz del Sol y la gloria de Meridian logren templar el tosco carácter de este pueblo.

 

Cómo conseguirlo

 

(5) La Conquista

 

(5) La Conquista

 

En el asentamiento “Torre del Día”, lo encontrarás sobre ese palé de madera colgante.