Guía Horizon: Zero Dawn

Observatorios

Anfiteatro Sterling-Malkeet

 

 

AUDIO:

 

Día 5 del Tour Apocamierda. Los Enjambres Grises fueron teloneros de los Tortugas la noche que caí inconsciente... o eso ponía en el informe policial. Tenía quince años. Dos días después, cuando me desperté en el hospital, lo primero que vi fue tu cara.

 

TEXTO:

 

Hola, mamá:

 

No recuerdo nada del concierto; ni las bandas, ni la música ni el público. Aquella noche iba tan puesto de Skydive y Snake que no distinguía el estruendoso bashcore de la sangre que retumbaba en mi cabeza. Luego me encontré con un camello que vendía Razorwing por ocho pavos la tableta.

 

Sí, Razorwing. Un estimulante de diseño con el nombre de un caza de los años 30 que despierta cierta animadversión en nuestra familia.

 

Lo suyo era que rechazara la oferta, lo tomara como una señal de mal agüero y me largara escopeteado de allí, ¿no?

 

¿O tal vez que comprara cuatro tabletas y me las tomara todas juntas?

 

En efecto, fue lo último.

 

Según el informe policial, me enajené y agredí al camello, luego incendié su alijo y me largué antes de que los drones de seguridad aparecieran. No llegué muy lejos. Los drones me metieron 50 voltios en el cuerpo, que no serían para tanto si no fuera porque mi corazón bombeaba el triple. La descarga me fulminó. Los robots médicos llegaron tan pronto como pudieron, pero el primero se averió y el segundo se vio obstaculizado por el público, así que estuve muerto durante casi dos minutos. Incluso después de que me revivieran, mi situación era crítica. A eso añádele todas las sustancias que corrían por mis venas.

 

Cuando salí del coma, lo primero que vi fue tu cara. Habías estado llorando. Tenías el maquillaje corrido, con líneas oscuras surcando tus mejillas.

 

Cuando nos miramos, esperaba que me gritaras. Estaba débil, pero listo para gritarte a ti también. No iba a dejar que un coma aplacara mi rebeldía.

 

Pero no me gritaste. Le pediste tranquilamente a Wyatt que esperara en el vestíbulo, empujaste tu silla junto al borde de mi cama y me cogiste de la mano.

 

Quería retirarla, pero no pude.

 

No porque la agarraras con fuerza, sino porque la tuya era cálida. Era la ternura con que la sostenías.

 

Cuando me hablaste, tu voz sonaba tranquila, casi un susurro. “Cuando perdí a tu padre, hace siete años, eras la única razón por la que seguí viviendo”. Levantaste la vista, hacia el equipo médico que nos rodeaba, con sus tubos y luces parpadeantes. Agitaste la cabeza. “¿Por qué vives como si nadie te quisiera? ¿No te das cuenta de que, si murieras, todas mis esperanzas y sueños, las esperanzas y sueños de tu padre, morirían contigo?”.

 

Alzaste la mano y me tocaste el pelo, entonces me desmoroné, como si un rayo me partiera. O tal vez solo estaba recomponiéndome. Estaba allí, llorando en lo que me pareció años, y en todo ese tiempo no apartaste la mano. Ni yo tampoco.

 

Al día siguiente acepté ir a rehabilitación. Ojalá pudiera decir que no volví a recaer, pero ambos sabemos que no fue así.

 

Cómo conseguirlo

 

Anfiteatro Sterling-Malkeet

 

Anfiteatro Sterling-Malkeet

 

En el punto indicado por las imágenes, muy cerca de una hoguera y curiosamente no hay que escalar nada para acceder a él.